Notas

“Milei no es la dictadura; encarna, en su discurso, la figura de un destemplado que ha venido a debilitar la democracia”

Por Marcela Ormeño

El último presidente electo de la Argentina, Javier Milei, quien lleva medio año de gestión, ha llamado mucho la atención a propios como ajenos, tanto por sus actos como por sus palabras, mostrándose ante todo como una figura política disruptiva. Este modo distinto que ha venido mostrando desde las campañas electorales ha generado diversas lecturas, críticas y polémicas, situación que va en escalada por su programa político, económico caracterizado principalmente por el ajuste y el recorte.

Son muchos los análisis que diariamente se hacen de la figura presidencial y, desde la Universidad Nacional de San Juan, la investigadora y docente Gabriela Simón analizó algunos aspectos de los discursos y las palabras presidenciales para Revista la U.  Gabriela Simón es Doctora en Semiótica (por la Universidad Nacional de Córdoba); profesora e investigadora en la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes de la UNSJ, donde dirige el Instituto de Literatura y el Programa de Estudios Semióticos, y se desempeña como Profesora Titular de Semiótica de la Licenciatura en Letras.

“El discurso político en democracia – empezó diciendo Simón-, tiene sus características particulares y que son justamente las que el hoy presidente viene a desconocer y quebrantar, irrumpiendo a través de prácticas, tonos y estilos discursivos disonantes con respecto a lo que la ciudadanía considera que debieran ser los géneros discursivos que practica un jefe de un Estado democrático. Y no hablo de la pura formalidad ni del puro protocolo, estoy refiriéndome al lugar desde el cual habla quien se desempeña como primer mandatario.  ¿Cuál es el lugar de enunciación del discurso del presidente, sobre todo en términos de representación? Siempre es un tema complejo porque un presidente llega con el voto de muchos, de algunos o de pocos, pero gobierna para todos. Entonces cuando habla, habla para todos. Y, este es el caso, cuando insulta, degrada o se burla, cuando recurre a la diatriba propia de la contienda electoral no nos representa a todos, porque su discurso no reconoce al otro como adversario sino como ‘enemigo’. Estas estrategias de confrontación debilitan el lazo social. ¿Quién en lo público puede ejercer su derecho a la ciudadanía desde el destrato y la descalificación? Es muy difícil”.

“Podemos leer signos y enunciados muy complicados en este momento -siguió la investigadora-. Por ejemplo, me llama la atención que en las marchas se le grita ‘Milei bas… vos sos la dictadura’. Creo que no debemos equivocarnos, Milei no es la dictadura. Creo que no debiéramos confundir las palabras. La dictadura fue un genocidio perpetrado por el terrorismo de Estado (gobierno de facto) y faltamos a la verdad y a las víctimas del terrorismo de Estado, si creemos que Milei es la dictadura. Lo que hizo Milei fue poner la democracia en un estado de excepción y de debilitamiento. Él ocupa un lugar y construye un lugar personalísimo, la figura de un presidente (los gestos, los modos de los cuerpos, lo altisonante de su voz, son signos), y del discurso de un presidente, que habita un mundo de otro orden:  por ejemplo, de pseudo-estrella de rock para lo cual recurre a un símbolo espacial del orden del espectáculo cuando usa el Luna Park para presentar un libro, presenta un libro para cantar dos canciones, canta dos canciones con una banda conocida. En estas condiciones es muy difícil tener una calidad democrática en términos institucionales, porque a esto se le suman otras modalidades discursivas: los insultos que profiere a músicos, periodistas, profesores, etc. y también a la Cámara de Diputados, tan luego, con la metáfora ‘nido de ratas’. Además, insultó y amenazó a los gobernadores cuando no quisieron aprobar ciertas leyes o el DNU.  Rompe las modalidades de los discursos habituales para las relaciones internacionales, pero rompe quebrando y poniéndonos en riesgo. Como lo que pasó con España, con la esposa del presidente. Entonces estamos entre una democracia débil en términos de convivencia, de lazo social, de distribución de la palabra, de posibilidad de diálogo político, diálogo aun en el descuerdo y la polémica. La palabra política es palabra polémica; la palabra de este sujeto discursivo es la palabra bélica. Por eso hablo de una democracia débil o debilitada”.

Continúo la doctora en Semiótica: “Recién comenté la relación entre democracia y desacuerdo. A esto nos lo enseñó el filósofo francés Jacques Rancière, la democracia es desacuerdo. El desacuerdo tiene lugar en el ágora con la ‘palabra polémica’, conceptualiza Eliseo Verón. ¿Qué es la palabra polémica? Es la palabra de debate político. Nunca es el insulto, la estigmatización, la discriminación; nunca el espacio en el que se debate puede ser simbolizado como un ring de boxeo. Y acá entramos, a mi juicio, a un tema preocupante que acabo de mencionar: la retórica presidencial bélica, que tiene que ver con el riesgo inminente del pasaje al acto. Los modos discursivos que él ejerce me llevan a caracterizar su lugar de enunciación, el lugar desde el cual habla y la forma en que construye al otro que no le ‘obedece’, que no lo ‘sigue’, o que ‘desacuerda’.  Caracterizo ese lugar desde el que habla con un adjetivo: destemplado. Destemplado porque ha perdido el temple, ser templado requiere aplomo (el de quien se preparó para desempeñar una función) y también entereza (para sobrellevar y solucionar los embates). Los griegos nos enseñaron que para ser un buen gobernante, primero tenés que gobernarte a vos mismo. Me refiero al conocido diálogo en el que Alcibíades le dice a Sócrates que quiere ser gobernante y el maestro le responde: ‘Alcibíades, primero gobiérnate a ti mismo’. Es un destemplado porque no puede gobernar sus palabras, su temperamento, sus humores, su carácter. Y entonces, cuando uno no puede templarse y es presidente está en un serio problema. No se puede ser presidente y destemplado a la vez”.

La investigadora siguió en su análisis vinculando las distintas temáticas presentes en el discurso del presidente Milei y por supuesto no dejó de lado la reivindicación de la dictadura que hacen las primeras autoridades del país.

“Estas prácticas discursivas de negacionismo, -explicó Simón- traen a debate lo inadmisible, lo que no está en discusión. La vicepresidenta y el presidente hacen retornar, a la escena social, la dictadura pero ingresando a sus discursos la reivindicación del accionar nefasto de los militares. Y en este sentido, permítame una acotación, no menor. Creo que durante los gobiernos que consideraron los derechos humanos como política de Estado, debería haberse sancionado una ley contra el negacionismo, en la quedara claro que celebrar y/o negar los crímenes de lesa humanidad es del orden del delito y no del orden de lo que cada uno piensa. Este tema no es una cosa opinable, como qué tipo de película nos gusta ver. Definitivamente no es opinable el hecho que hubo 30.000 muertos/desaparecidos”.

“Por todo lo dicho anteriormente -recapituló la investigadora- no debemos confundirnos, porque si nosotros creemos que el presidente de esta democracia es la dictadura, no podemos llegar a plantearnos ni hacer memoria y justicia con el horror que fue el último Terrorismo de Estado. La dictadura suspende la democracia, entonces si confundimos su nombre con el de la dictadura estaríamos cancelando la posibilidad de analizar la debilidad democrática de la Argentina y ese análisis es el que nos urge”.

Para describir el “personaje” que encarna el presidente argentino Javier Milei, la investigadora citó al filósofo Michel Foucault quien habla del poder “ubuesco”.  “Para ello, Foucault se basa en Ubú rey,  el personaje de una obra teatral del francés Alfred Jarry de fines del siglo XIX. Se trata de un personaje que encarna la  representación de lo grotesco del poder político y del gobierno. A partir de ese personaje, el filósofo francés caracteriza aquellos discursos que se presentan como ‘discursos verdaderos’ pero son en sí mismos, en sentido absolutamente estricto, grotescos. Es muy interesante porque Foucault habla del ‘terror ubuesco’ y de la ‘soberanía grotesca’ para referirse a la maximización de los efectos de poder a partir de quien produce esos discursos y ese tipo de soberanía”.

“Ubú puede ser leído como exceso y también como provocación. Y acá detecto otra alarma. Porque la provocación siempre tiene dos polos discursivos, el que provoca y quien reacciona, como nos enseña la semiótica. En este caso el signo que viene como respuesta, no siempre es la palabra. A veces se puede poner un límite a la provocación o guardar silencio, pero también se puede actuar con el cuerpo. Entonces quien ejerce el poder está jugando con la reacción (que siempre es a través de una proliferación de signos verbales y no verbales) para luego poder ejercer la represión. Represión igual a debilitamiento de la democracia. Estamos ante un personaje que se sitúa entre la tragedia y la comedia bufonesca”.

“La primera y la más grave provocación que hoy vemos-siguió explicando- es el hambre, fíjese lo que ha sucedido con toneladas de alimentos que no se distribuyeron en tiempo y forma. Vamos ahora al ámbito universitario, la amenaza de recorte y de la falta de presupuesto impacta, porque si no hay plata para gastos de mantenimiento, podrían decidir, por ejemplo, pasarnos a la virtualidad. Lo cual, y siguiendo con las etimologías, nos des-aloja, nos des-moviliza, nos des-une porque la universidad es un espacio público (del pueblo, de las y los hijos de los trabajadores y de las y los trabajadores) para habitar. Y en la virtualidad, en el aislamiento no se puede habitar, uno no sólo aprende de la presencia del otro, come con el otro, toma mate con el otro, estudia en los pasillos o en campus, construye lazo social”.

Para capitular el análisis la investigadora sanjuanina habló principalmente sobre otros de los efectos del discurso: “Cuando se habla de los discursos de cancelación o los discursos de odio, ¿cuál es uno de los grandes efectos de esos discursos? -se pregunta la profesora -. Cuando esos discursos están en circulación, cuando esos discursos ‘son parte del aire’, como dice la canción; en algún momento, más temprano que tarde, cuajan, se encarnan en prácticas, de odio en este caso, en prácticas violentas y en modos cancelatorios de transitar la democracia”.

Y concluyó recordando a John Berger, un escritor y un crítico de arte británico. “Berger tituló uno de sus libros Con la esperanza entre los dientes, en el que hace un lúcido análisis de nuestro tiempo, de la injusticia y el sufrimiento en nuestras sociedades y sin embargo… la esperanza. Así quiero pensarme, así quiero pensar al pueblo argentino: con la esperanza entre los dientes”.