En un inmenso territorio llamado América, luego de un proceso de disgregación y mutación degenerativa, «naciones» como Argentina, Uruguay, Bolivia, Panamá o Guatemala, fueron inventadas o creadas artificialmente luego de un largo proceso de disolución.
Por Elio Noé Salcedo*
La palabra que hoy nos identifica como “Nación” –consigna Diego Valenzuela en Enigmas de la historia argentina– “aparece, por primera vez, en un poema del año 1602” (1). No obstante, afirma con razón: lejos estaba ese hecho “de remitir a lo que actualmente entendemos por Argentina” (2).
En verdad, como admite el propio Valenzuela –más allá de que no está de acuerdo con “desempolvar la historia” (en clara alusión al revisionismo histórico)-, “entre 1810 y 1825, con excepción de Buenos Aires, casi no aparece el vocablo Argentina, porque prevalece la identidad americana” (3). En efecto, “durante largo tiempo los habitantes del Río de la Plata se identificaron como americanos, o por la patria local, pero nunca como argentinos” (4).
Es más, según la historiadora de la UBA Nora Souto, citada por Valenzuela, “lo que sí aparecía, sobre todo en la prensa de Buenos Aires, en la época colonial, era la sinonimia entre porteño y argentino” (5). Cabría preguntarse, si esa idea no arraigó de tal manera en la oligarquía porteña (asociada al interés extranjero y nunca al interés nacional), que desde entonces hasta hoy cree que la Argentina es su propiedad privada, con omisión de lo que piensen, sientan o padezcan los argentinos de adentro y los latinoamericanos de todos lados.
Lo cierto es que “hasta que se derrumba el proyecto americanista de Simón Bolívar” –reconoce el ex periodista e historiador, ahora Intendente de 3 de Febrero (Gran Buenos Aires) por la coalición “Cambiemos”-, “fue fuerte la tendencia a una identidad americana”, tanto que “luego de 1810, los discursos aludían a una nacionalidad sudamericana, y ambas coexisten con una identidad rioplatense o argentina” (6). Hasta 1840, por lo menos, “se mantiene vigente una identidad americana” (7).
El recuerdo de la efemérides que se conmemora este 10 de mayo (8) resulta propicia para reflexionar sobre esa condición de americanos (reivindicada a su vez por la generación universitaria del 18), condición que en forma sucesiva se fue circunscribiendo hasta convertirnos solamente en “argentinos”. En gran parte, ese proceso histórico explica nuestro atraso y subdesarrollo, ya que “somos un país porque no pudimos ser una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos” (9).
¿“Argentina” es una Nación?
En un inmenso territorio llamado América, antes que Argentina, Uruguay, Bolivia, Panamá o Guatemala -por nombrar solo algunas de esa “naciones” inventadas o creadas artificialmente en un largo proceso de disolución, “seudo-naciones configuradas por la historia colonial”, “países demasiado débiles para resistir la amputación de su territorio”, como los define Enrique Lacolla (10)-, se hace imprescindible explicar ese proceso de disgregación y mutación degenerativa (inverso al proceso de reunión de sus Estados que experimentaron las naciones desarrolladas de Europa y del norte americano).
Es el caso de Guatemala y los demás países centroamericanos, “fabricados por el imperialismo después del naufragio de la República Federal de Centroamérica” (11); el de Panamá, “desgajado de Colombia para hacer lugar a la aspiración estadounidense al canal bioceánico” (12); el de Paraguay, Bolivia y Uruguay, sustraídos a la jurisdicción de las Provincias Unidas del Río de la Plata (antes, Virreinato del Río de la Plata) por culpa y cargo de la oligarquía porteña; el de la propia “Argentina”, que resultó del desgajamiento anterior; o el de Colombia (incluido Panamá), Venezuela y Ecuador, Estados constitutivos de la Gran Colombia y, antes, del Virreinato de Nueva Granada; en todo caso, “naciones no viables, que forman entre todas una nación formidable” (13).
Lo explica bien Roberto Ferrero, en respuesta al norteamericano Nicolás Shunway: “Latinoamérica no abarca a ‘muchas naciones muy diferentes’, sino a muchos Estados muy diferentes (uno de los cuales, Panamá, es una ‘invención’ de sus paisanos yanquis), que es algo muy distinto. Decenas de Estados, pero una sola Nación Latinoamericana, unida no solo por la ‘proximidad geográfica’ (que es importante también), sino por su economía en desarrollo, su cultura mestiza, su lengua española mayoritaria, su hibridación racial y su religiosidad popular” (14), caracteres todos que nos definen como nación.
Recordemos lo dicho en 1825 por Simón Bolívar en carta al Gral. Sucre en defensa de la unidad suramericana, nuestra primera y grande patria: “Ni Ud. ni yo, ni el Congreso mismo del Perú, ni de Colombia, podemos romper y violar la base del derecho público que tenemos reconocido en América. Esta base es que los gobiernos republicanos se fundan entre los límites de los antiguos virreinatos…” (15).
En lo que atañe al Virreinato del Río de la Plata, que finalmente derivó en lo que es hoy la Argentina, después de pasar por varias denominaciones tales como “Provincias Unidas de Sud América”, “Provincias Unidas del Río de la Plata”, “Confederación Argentina” y finalmente “Nación Argentina”, ese proceso de disgregación se conformó, en el decir gráfico de Ferrero, “como pelar una cebolla: la primera capa se peló en 1811 con la separación de Paraguay; la segunda en 1825, cuando se separó el Alto Perú (Bolivia); y la tercera en 1830, con la ‘independencia’ del Uruguay. Lo que quedó de la cebolla, fue la Argentina. Y si se extreman los requisitos para ser la Argentina que conocemos hoy, habría incluso que considerar que recién se constituyó en 1880, cuando el general Roca incorporó la inmensidad al sur del Río Quinto a la geografía del actual territorio” (16); lo que, de no haber sido así, hubiera constituido una nueva segregación de territorio, favorable a los intereses de los que nos quieren dividir para reinar.
Producida la disgregación de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Simón Bolívar insistía, contra la indiferencia porteña ante el destino macro nacional, que el único remedio que se podía aplicar al tremendo mal de la disolución, debilidad y aislamiento de los Estados suramericanos era “una federación… más estrecha que la de los Estados Unidos” (17), “la más perfecta unidad posible bajo una forma federal” (18), porque ello era necesario “a los intereses de América” (19), nuestra grande y común Patria.
Cualquier otra opción, como lo demuestran 200 años de idas y vueltas, de procesos cíclicos de avances y retrocesos (que no por casualidad se viven simultáneamente en toda Nuestra América), será un nuevo callejón sin salida, como lo intuyeran los reformistas de 1918, sin que pudieren ver hecho realidad hasta hoy su ideal latinoamericanista.
*Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana de la FFHA de la UNSJ y de la UNVM.
Notas
(1) Hace referencia al poema que Martín del Barco Centenera escribió -dedicado a Felipe II- con fecha del 10 de mayo de 1602. Del Barco participó como capellán de la expedición de Ortiz de Zárate al Río de la Plata. El poema que Del Barco titula Argentina lo toma del “nombre del sujeto principal que es el Río de la Plata”, alrededor del cual el poeta vivió 24 años.
(2) D. Valenzuela. Enigmas de la historia argentina. Editorial Sudamericana, 2009. Capítulo 3: ¿Por qué nuestro país se llama Argentina? Valenzuela pone de manifiesto además, en el primer capítulo de su libro –“El Contrabando”-, cómo la oligarquía portuaria consiguió su fortuna a través del contrabando, de dónde viene su estrecha asociación con los piratas ingleses y de otras partes del mundo; e implícitamente también, por qué esa aristocracia contrabandista concibió a la Argentina tal como es y nos toca sufrirla (modelo agroexportador, neoliberal y semi-colonial mediante).
(3) Ídem.
(4) Ídem.
(5) Ídem.
(6) Ídem.
(7) Ídem
(8) El 10 de mayo se conmemora la aparición por primera vez, en 1602, del término “Argentina” en el poema mencionado de Martín del Barco Centenera.
(9) J. A. Ramos. Revolución y Contrarrevolución en la Argentina. Tomo I: Las masas y las lanzas. Publicación del Honorable Senado de la Nación, 2006, pág. 17.
(10) Perspectivas, el sitio de Enrique Lacolla (pensador, analista, crítico), Córdoba: http://www.enriquelacolla.com/sitio/notas.php?id=513
(11) Ídem.
(12) Ídem.
(13) J. A. Ramos. Historia de la Nación Latinoamericana. Publicación del Honorable Senado de la nación, 2006, pág. 21.
(14) R. Ferrero. Acerca de la Cuestión Nacional y Latinoamérica. Ediciones del CEPEN, Córdoba, 2017, pág. 72.
(15) S. Bolívar. Nuestra Patria es América. Editorial Punto de Encuentro, 2012, pág. 166.
(16) Conversaciones con Roberto Ferrero (inédito).
(17) S. Bolívar. Ob. Cit. pág. 182.
(18) Ídem, pág. 182.
(19) Ídem, pág. 183.
Imagen que ilustra la nota: «Día luminoso», óleo de Benito Quinquela Martín (1958).
Fuente: Internet