La persistencia y vigencia de una cultura colonizada genera la falta de una verdadera, amplia y profunda conciencia nacional, sostiene el autor.
Por Elio Noé Salcedo*
La falta de conciencia histórica nos ha impedido entender nuestra controvertida y compleja macro realidad nacional. Por ello nos resulta dificultoso y hasta extraño concebir que “Nuestra América no es un racimo de naciones sino una sola nación deshecha” (1).
En efecto, el punto de partida de nuestra revolución de la Independencia no fue «la revolución argentina americanizada» (2), como dice la Historia Oficial -reproducida en formato infantil por la Historia Escolar-, sino todo lo contrario: una revolución continental. Tampoco la disgregación de Nuestra América fue un hecho consumado por «la coordinación de las leyes normales que presidieron la fundación de las repúblicas sudamericanas… según ley natural«, como dice la historia mitrista (3).
Fuimos los Estados Desunidos de Suramérica porque fracasamos en el hecho congénito de ser una sola y misma Nación. Por eso fuimos jurídicamente veinte países. Somos una Nación inconstituida y por tanto inconclusa, disuelta justo apenas después de ver la luz de la emancipación, disgregada en el preciso momento de su constitución formal. A esa situación de desgranamiento, aislamiento y división se debe nuestra debilidad y atraso respecto a las naciones desarrolladas del orbe. La unidad latinoamericana ha resultado así más difícil de lograr que el cruce de los Andes en 1817.
A propósito, se preguntaba Manuel Ugarte a principios del siglo XX: «Si la América del Norte, después del empuje de 1775, hubiera sancionado la dispersión de sus fragmentos para formar repúblicas independientes… ¿comprobaríamos el proceso inverosímil que es la distintiva de los yanquis?”.
No hay duda, se respondía el mismo Ugarte, que «lo que lo ha facilitado es la unión de las trece jurisdicciones coloniales que estaban lejos de presentar la homogeneidad que advertimos entre las que se separaron de España. Este es el punto de arranque de la superioridad anglosajona en el Nuevo Mundo» (4). Por eso es curioso que para la Historia y la Cultura Oficial sea una ley natural la disolución de la Gran Patria Americana del Sur, y sea igualmente natural la unión de los Estados Unidos del Norte. Unión y desunión, ¿pueden responder a una misma ley natural?
A esta altura, deducimos que es la vigencia o persistencia de esa cultura colonizada que ciega y obnubila nuestra memoria y comprensión, la culpable de la falta de una verdadera, amplia y profunda conciencia nacional; y esa falta tiene su fundamento principal en el desconocimiento de nuestra historia, manifestación a su vez del desprecio o desvalorización de lo nuestro y de lo propio, heredados de la escuela mitro-porteña, ligada ideológica y materialmente ayer al imperio británico y hoy a su sucesor, el imperio norteamericano: hegemónico no solo en lo económico o comercial, como se piensa sino, lo que es más trágico aun, en lo cultural e intelectual, que es la base invisible de su hegemonía.
Por el contrario, entendemos que solo la memoria, el conocimiento y comprensión de la verdadera historia, interpretada desde el punto de vista de los sectores e intereses nacionales, nos permitirá encontrar la clave de nuestra existencia pasada, presente y futura, y con ella la cabal comprensión de nuestra debilidad, impotencia y atraso. Con la capacidad para comprender la causa de nuestros males sobrevendrá la capacidad para superarlos. Escalar la cordillera de la desunión y la consecuente debilidad que padecemos, será la condición para lograr nuestra segunda y definitiva Independencia.
El pensamiento unionista de los primeros latinoamericanos
El hombre “de más amplia visión hispanoamericana, incluso más que Bolívar”, según Soto Hall y Vicuña Mackenna (citados por Roberto Ferrero), (5), expresaba por sí mismo la síntesis de nuestra identidad latinoamericana: era provinciano (tucumano), recibido como abogado en el Alto Perú (hoy Bolivia) y protagonista de la insurrección del 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca (Charcas, actual Bolivia); secretario de Castelli, auditor del Ejército de los Andes en Chile, ministro del Gral. San Martín -el Protector del Perú independentista-, y finalmente hombre de confianza del libertador Bolívar en el Bajo Perú. Se llamaba Bernardo Monteagudo.
En efecto, fue Monteagudo quien proclamara: “Mi patria es toda la extensión de América”. Dichas palabras forman parte del “Ensayo sobre la necesidad de una Federación general entre los Estados hispanoamericanos y plan de su organización”, que Bolívar le encargara redactar estando en Perú. Y si bien ese ensayo trascendió el asesinato del tucumano (1825) y la muerte de Bolívar (1830), la tragedia de nuestra desunión y la posterior colonización cultural eliminaron de cuajo la posibilidad de su realización.
En 1813, siendo delegado a la famosa Asamblea en el Río de la Plata (cuyos contenidos nos recuerdan la IV Cumbre de las Américas de 2005 en Mar del Plata), Bernardo Monteagudo declaraba con el mismo espíritu americanista que sostuvo hasta su muerte y por el cual seguramente fue sacrificado: “Nuestra fuerza va a nacer de esta unión… Los enemigos de la causa americana temblarán ante tan formidable cuerpo que por todas partes les resistirá unido. ¿Por qué entre la Nueva Granada (Colombia) y Venezuela no podrá hacerse una sólida unión? Y aún, ¿por qué toda la América Meridional no se reunirá en un gobierno único y central?” (6).
En enero de 1825, un año antes del Congreso Anfictiónico de Panamá, ya convocado éste por Bolívar, escribía Monteagudo: “Formar un foco de luz que ilumine a la América, crear un poder que una la fuerza de catorce millones de individuos, estrechar las relaciones de los americanos, uniéndolos por el lazo de un gran Congreso común, para que aprendan a identificar sus intereses y formar a la letra una sola familia…” (7).
Coincidente con ese mismo pensamiento, Simón Bolívar entendía que “la historia del Río de la Plata es la historia de la América española”. “Veremos –decía- los mismos principios, los mismos medios, las mismas consecuencias en todas las repúblicas, no difiriendo un país de otro sino en accidentes modificados por las circunstancias, las cosas y los lugares”; observando “en toda la generalidad de la América un solo giro en los negocios públicos; épocas iguales según los tiempos y las circunstancias…” (8).
En esa consonancia activa, el Gral. José de San Martín –otro de los jefes y compañero de Monteagudo en el pensamiento unionista-, a raíz del bloqueo anglo-francés en aguas argentinas, le escribía a Tomás Guido, su íntimo amigo: “Usted sabe que yo no pertenezco a ningún partido; me equivoco, yo soy del partido Americano, así que no puedo mirar sin el mayor sentimiento los insultos que hacen a la América. Ahora más que nunca siento que el estado de mi salud no me permita ir a tomar una parte decisiva en defensa de los sagrados derechos de nuestra patria, derechos que los demás Estados americanos se arrepentirán de no haber defendido o por lo menos protestado contra la intervención de los Estados europeos” (9).
Corría el año 1845, el mismo año en el que Domingo Faustino Sarmiento inauguraba la escuela de nuestro complejo de inferioridad respecto a Europa a través de su libro “Civilización i Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga”, cuyas ideas sociales, políticas y geopolíticas educarían a varias generaciones de argentinos (10).
* Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana.
Notas
(1) P. Godoy (2004). Chile versus Bolivia, otra mirada (frase acuñada por Felipe Herrera, latinoamericanista chileno). Ediciones Nuestra América, Santiago de Chile, pág. 101.
(2) B. Mitre. Historia de San Martín y de la Emancipación Americana, Tomo I, pág. 9.
(3) Ídem.
(4) J. A. Ramos (2006). Historia de la Nación Latinoamericana. Buenos Aires. Dirección de Publicaciones del Honorable Senado de la Nación, pág. 306.
(5) R. Ferrero (2015). De Murillo al rapto de Panamá. Las luchas por la unidad y la independencia de Latinoamérica (1809-1903). Buenos Aires: Imago Mundi. Colección Indeal, pág. 18.
(6) N. Galasso (2008). América Latina. Unidos o dominados. Buenos Aires: Ediciones Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche, pág. 49.
(7) Ídem.
(8) S. Bolívar. Nuestra Patria es América. Discursos y Documentos de Simón Bolívar. Editorial Punto de Encuentro. En “Una mirada sobre la América Española”, artículo destinado a ser publicado en un periódico o en un folleto de abril-junio de 1829, pág. 218.
(9) Galasso, Ob. Cit., pág. 45-48.
(10) E. N. Salcedo (1986). Recuerdos de una provincia “ignorante y atrasada”. II Parte: La colonización pedagógica en la educación de Sarmiento. San Juan: Editorial Sanjuanina; (2014) Memorias de la Patria Chica. Crónicas de una historia inconclusa. 2ª Parte: Exilio y arraigo de D. F. Sarmiento. San Juan: EFU (Editorial de la UNSJ).
Imagen de portada: Batalla de Ayacucho, 1890. Óleo sobre tela. 528 x 778 cm. Obra de Martín Tovar y Tovar. Fuente wikipedia