«El maestro –sostenía Manuel Belgrano- debe inspirar a sus alumnos un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al privado, y estimar en más la calidad de americano a la de extranjero«.
Por Elio Noé Salcedo*
En el Reglamento para escuelas de 1813, Manuel Belgrano definía el carácter público de la educación. Tal carácter –entendía el funcionario- deviene básicamente de su naturaleza formativa del conjunto de la Nación: que forma para el bienestar general (bien público) a través del carácter nacional de sus contenidos (calidad de americano), aspectos que igualmente trascienden el alcance masivo e igualitario que ha adquirido a través de la gratuidad en nuestros días.
No hay comunidad sin educación y, por lo mismo, no hay comunidad nacional sin educación nacional. Ese es el sentido de la Educación Pública, en la que el Estado de un país se hace cargo de un objetivo común y colectivo para la realización de todos y cada uno de sus integrantes, en el marco de la realización del país en general, o sea, detrás de un proyecto determinado de Nación; sobre todo cuando ese objetivo todavía está por cumplirse o no ha sido cumplido suficiente y acabadamente, como es el caso del conjunto y de cada uno de los países de América Latina y el Caribe.
¿Qué sentido tendría la Educación Pública si ella no se propusiera educar para responder a las propias necesidades e intereses de la Nación; o si se propusiera educar para servir otros intereses o responder a otras necesidades que no fueran las de la propia comunidad nacional? De hecho, cuando la Educación no tiene objetivos claros y precisos conducidos a un fin determinado, termina sirviendo cualquier interés y respondiendo a cualquier otra necesidad e interés impropio.
No es tan difícil colegir de las palabras de Manuel Belgrano en 1813, que la Educación, en una Nación en formación –como era entonces y sigue siendo todavía después de 200 años de intentos-, debe perseguir el bien de la comunidad nacional y estimar en más el interés nacional por sobre todos los demás, que en nuestro caso incluye el interés de toda América Latina y el Caribe. (Cabe aclarar que ese sentimiento nacional que la educación nacional requiere, lejos está de proclamar algún sentimiento de xenofobia –sentimiento éste emparentado con el odio- sino el mucho más sano sentimiento de autoestima nacional, propia de cualquier sociedad que se precie.
Cabe advertir además el peligro de una educación “individualista” y/o “universalista” que, en definitiva, termina adoptando los paradigmas, ideas, valores e intereses de otros países y de otras realidades dominantes, que dado su poder de expansión y difusión, imponen sus paradigmas y teorías, sin beneficio para el bien general de nuestra Nación.
De allí la necesidad, hoy más que nunca, de que la Escuela y la Universidad inspiren a sus alumnos un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al privado y estimar en más la calidad de americano (latinoamericano) a la de extranjero en el propósito de alcanzar el bien común. Defender el derecho a una educación gratuita y pluralista, sin defender al mismo tiempo la enseñanza del bien común con criterio nuestroamericano (es decir sin defender nuestro propio destino como como comunidad y como Nación), resulta un despropósito o un contrasentido, porque no habrá democracia ni libertad ni educación pública si no tenemos Patria.
El Informe Educacional de Ricardo Rojas
En 1909, Ricardo Rojas, en la misma línea expresada por Belgrano un siglo antes, planteaba en su proverbial Informe Educacional la necesidad de fundar “la durable y verdadera independencia espiritual de los argentinos” a través de la educación conducida a esos fines. A 109 años de aquel Informe, “en medio de este cosmopolitismo de hombres y capitales, que nos somete a una verdadera sujeción económica, el elemento nativo abdica en la indiferencia o el descastamiento de las ideas las pocas prerrogativas que ha salvado. Todo ello nos ha traído a una situación pavorosa si se manifestara con gestos dramáticos, pero parece próspera, porque su manto de púrpuras extranjeras esconde congojas en esta silenciosa tragedia del espíritu nacional”.
¿Cuáles eran esas congojas que probaban “la necesidad de una reacción poderosa a favor de la conciencia nacional”? ¿Eran tan distintas a las actuales?
“El cosmopolitismo en los hombres y en las ideas; la disolución de los viejos núcleos morales; la indiferencia para con los negocios públicos; el olvido creciente de las tradiciones; la corrupción popular del idioma; el desconocimiento de nuestro propio territorio; la falta de solidaridad nacional; el ansia de riquezas sin escrúpulos; el culto de las jerarquías más innobles; el desdén por las altas empresas; la falta de pasión por las luchas; la venalidad del sufragio; la superstición por los nombres exóticos; el individualismo demoledor; el desprecio por los ideales ajenos; la constante simulación y la ironía canalla, cuanto define a la época actual”. El parecido con la realidad actual demuestra que aquellas banderas de educación nacional siguen pendiente de realización.
Dicho con palabras del santiagueño: “La escuela nacional (antecedente inmediato de la Universidad) se nos aparece también como un trasplante de instituciones europeas, sin que el pensamiento nativo haya tentado ninguna empresa sistemática para librarse de las nuevas tiranías que le deprimen”. Y todo tenderá a agravarse aun más –advertía el escritor- si en vez de meditar sobre nuestras propias realidades, preferimos pedir a las más recientes revistas extranjeras la solución absurda de nuestros problemas peculiares”.
Creemos advertir en esas palabras la misma línea nacional de 1813, confirmada por la recurrente realidad de nuestros días.
* Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana
Fuente de la imagen de portada: http://www.buenosaires.gob.ar/museobernasconi/actividades/pasadas/jornada-de-capacitacion-pedagogica-arq-carlos-moreno-1