Una tesis de Trabajo Social se enfoca en factores que trascienden concepciones de patología individual respecto de la obesidad, enfermedad en aumento. Testimonios de vivencias de pacientes de cirugías bariátricas en San Juan. La Ley de Talles comenzaría a aplicarse recién a fines de 2020.
Por Fabián Rojas
Hay datos duros que hablan de la obesidad. Por ejemplo, que en Argentina hay un 25 por ciento de personas con esa enfermedad. O que en San Juan la obesidad infantil aumenta y que ya una de cada tres personas en edad de infancia la sufren o tienen sobrepeso. Los datos pueden ir variando sutilmente, tener pequeños matices, pero lo cierto es que las cifras se disparan hacia arriba. Y de lo que se habla hoy (y la idea debiera expandirse) es que es un mal social y cultural de este mundo actual.
Rocío Trujillano, flamante licenciada en Trabajo Social de Facultad de Ciencias Sociales de la UNSJ, estudia un rasgo de la enfermedad de obesidad en su tesis titulada “Afectación social de la obesidad en personas que la padecen”. Allí analiza ese tema con una muestra de casos de San Juan desde una perspectiva social, “tomando una postura diferente a las tradicionales visiones médicas y nutricionales que generalmente abordan esa enfermedad”, dice la investigación.
El ambiente perfecto
El trabajo comienza con números. La investigadora cita datos del Programa de Sanidad Escolar (PROSANE) de San Juan, de 2017, en que “el 33 % de niños entre los 6 y 11 años tiene problemas de sobrepeso u obesidad”. Son datos que reflejan un muy factible porvenir de esas personas entre problemas de obesidad. Dicen sitios especializados que niños y niñas obesos y obesas tienen mayores probabilidades de serlo en su adultez. Según la Federación Interamericana del Corazón – Argentina, “los adolescentes de nivel socioeconómico más bajo tienen un 31% más de probabilidades de sobrepeso respecto a los adolescentes del nivel socioeconómico más alto”. Es decir, he aquí un problema de la Argentina actual y la subalimentación de vastos sectores. Y se suma el consumo de comidas rápidas de la mano del bombardeo publicitario de los medios de comunicación; el estrés generado por el nuevo tiempo eléctrico en que se vive; los valores embanderados por la sociedad híper consumista; el sedentarismo provocado por las nuevas tecnologías de la comunicación y las nuevas industrias del entretenimiento. “El ambiente perfecto se ha creado para que, desde pequeños, nos acostumbremos a ciertos hábitos que favorecen el aumento de peso y grasa corporal. Los factores ambientales y aquellos asociados a la globalización determinan estilos de vida más sedentarios y también obliga a los adultos a trabajar más, a tener menos tiempo y, con esto, a despegarse de la cocina del hogar. Estos factores en parte explican la incidencia de la obesidad en el mundo actual”, argumenta la tesis.
Un plano relegado
“La obesidad ha sido considerada como una enfermedad que acorta la vida, produce o agrava múltiples padecimientos y se ha constituido como la pandemia del Siglo XXI. Ante eso, los gobiernos de todo el mundo han emprendido diversas acciones tendientes a detener su crecimiento y lograr una mejor salud para la población. Los programas que se han establecido, tanto locales como regionales, se han centrado básicamente en considerar a la obesidad como una enfermedad que requiere diagnóstico temprano, atención oportuna y tratamiento adecuado, pero en no pocas ocasiones se ha relegado o ignorado el problema social y cultural que desencadenan el exceso de peso y exceso de grasa en los grupos humanos”, dice el trabajo de Rocío Trujillano.
La obesidad y los condicionantes sociales y culturales se retroalimentan. Desde allí, la tesis plantea conocer cómo afecta socialmente la obesidad a hombres y mujeres de San Juan en etapa adulta. La autora lo hizo sobre una muestra de personas con obesidad Grado 3 y 4, entre los 30 y 55 años de edad, que consultaron en los últimos años en el Servicio de Cirugía Bariátrica del Hospital Dr. Guillermo Rawson.
Más que personal
Las personas entrevistadas consideraron esa patología como un problema social y no solamente personal. “Es un problema social, porque socialmente te afecta, si vos salís sos mal mirado, sos observado mal, si vas a comprar es todo un tema; para mí tiene una influencia social más que personal”, dijo Cristina. “Considero que es social, porque tenemos un estilo de alimentación que tiene que ver con consumir comida chatarra, y también con una cuestión de costumbres que ya vienen de la familia, de cómo te enseñan a comer; se relaciona con hábitos y costumbres sociales”, analizó Ana. “También pienso que es social –coincidió Lucio-, porque una persona obesa tiene problemas para conseguir ropa, para sentarse en un asiento de cine o de avión”. Respecto de esta última apreciación, la tesis observa que las personas con obesidad “se ven obligadas a comprar sus prendas en tiendas ‘especiales’, donde no siempre la ropa corresponde con el gusto del cliente”. El 20 de noviembre pasado el Congreso Nacional creó la Ley de Talles, que establece un sistema único de talles con medidas corporales estandarizadas, medidas reales de los argentinos, para fabricar, comercializar e importar indumentaria destinada a personas desde los 12 años de edad. Pero esa norma empezaría a aplicarse recién a fines de 2020, una vez que el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) finalice sus estudios antropométricos en las distintas regiones del país.
Es la economía…
En estos tiempos ajustados por los que atraviesa Argentina, comer sano es un desafío y no por falta de voluntad. Los bajos ingresos económicos incrementan el consumo de productos con niveles altos de sal, azúcares y grasas que se ofrecen a precios más bajos. “El dinero es un condicionante, porque cuando sos de una familia en situación de vulnerabilidad es más fácil comer un guiso de arroz, de fideos, o tomar una taza de té con pan que comprar frutas, verduras, queso, leche descremada. La situación económica sí afecta, porque tenés que consumir alimentos especiales y mucha variedad para llevar el tratamiento”, señaló Ana. “Acá en el hospital nos han enseñado a trabajar y a alimentarnos con lo que cada uno tiene, eso es muy bueno; pero en otras oportunidades hice tratamientos en otros lugares y es distinto, te dan para consumir la leche tal, de la marca tal; acá se trabaja con lo que hay, si no de otra manera es carísimo hacer una dieta”, agregó Lucio. “Hacer dieta es caro, es más barato y fácil hacer un guiso de fideos que comprar alimentos dietéticos o carne. Cuando yo era chica, mi mamá era viuda, éramos cinco hermanos, había mucha pobreza, y mi mama nos decía: ‘coman mucho ahora, coman todo, porque mañana no se sabe si vamos a tener’”, contó Fernanda. La investigación define que el nivel socioeconómico es una variable explicativa de la incidencia de la obesidad.
De problema médico a social
El trabajo dice que “si bien en nuestra provincia las personas sin obra social pueden acceder a tratamientos gratuitos para combatir la obesidad, no es suficiente para tratarla; faltan políticas públicas que apunten a cambiar los estilos inapropiados de alimentación de las familias; hay ausencia de educación alimentaria en las escuelas, falta de regulación de la publicidad y de la oferta de productos procesados, y falta de contemplación de factores socioambientales que inciden en el aumento de las cifras de obesidad”. El texto agrega que las políticas públicas actuales, al tener una visión limitada de la obesidad, no son suficientes para abarcar esta problemática desde todos los enfoques necesarios para combatirla. La forma en que afecta la obesidad en la sociedad es tan grande que actualmente ha trascendido de un problema médico a un problema social.
Llenar vacíos
La investigación señala que en el ámbito laboral existe un estereotipo negativo de la persona obesa, porque se cree que son más lentas y torpes que el resto en el trabajo. Por supuesto, en las relaciones interpersonales la obesidad deja su marca también. “Yo nunca tuve muchos amigos. En algunas personas noté que me trataban distinto cuando adelgacé, tenés más aceptación cuando sos flaca”, dijo Cristina. La tesis dice que esa mirada como la de Cristina tiene que ver con la idealización del cuerpo extremadamente esbelto. Por su parte, Patricia comentó: “Mi peso sí ha tenido influencia, he tenido dificultades respecto de las relaciones más que nada en algunos grupos de trabajo, porque te tratan despectivamente. Y en la elección y búsqueda de pareja por supuesto que el peso también tiene influencia, porque la mujer tiene mucha exigencia social, tiene que tener una ‘linda figura’”.
Esas y muchas otras situaciones vividas por personas con obesidad influyen en sus conductas y sentimientos. “Me da rabia y bronca, me da impotencia, ya no me da tristeza, porque la gente no se da cuenta del daño psicológico que la discriminación causa. Cuando me discriminaban yo siempre tendía a encerrarme, no salía mucho, por esa razón es que casi no tengo amigos”, narró Cristina. “Angustia, tristeza, y sentarnos a comer, para llenar muchos vacíos”, describió Lucio. “Los alimentos altos en grasa y azúcar son más eficaces para aliviar las emociones negativas”, puntualiza la tesis.
Es común que, a diferencia de otras enfermedades, la obesidad sea considerada, erróneamente, como sujeta a control voluntario. Esta es la razón por la que personas obesas suelen ser representadas como responsables exclusivas de su condición. De esta manera es como surge la estigmatización hacia las personas con obesidad. Todas las personas entrevistadas se culpabilizaron de su obesidad; la única que en un punto atribuyó responsabilidad al contexto es Patricia: “Admito mi responsabilidad en descuidarme y no continuar los tratamientos que encaré; lo que yo en ocasiones he hecho es propio del gordo: echar mucho la culpa al contexto, por más que ese entorno sí haya influido en mi enfermedad”. El medio social, la gente, suele creer que la obesidad siempre es resultado de no dejar de comer. “No hace mucho, antes de que yo me operara, fuimos al Centro Cívico con una profesora del hospital a hacer una manifestación, y dijo la gente que estaba ahí: ‘Pero estos gordos si cerraran la boca y dejaran de comer no estarían acá’. Y no es así, porque detrás de esto hay una historia que el común de la gente ignora”, contó Lucio. Todo ello lleva muchas veces a la autoexclusión.
Las personas entrevistadas dijeron, en su mayoría, que el Estado debe aplicar campañas de información sobre la obesidad, incluso desde la escuela primaria, y remarcar hábitos para una vida saludable. También hablaron de contención psicológica de la persona obesa. El trabajo de Rocío Trujillano asegura que los factores psicológicos precipitan y perpetúan el consumo exagerado de alimentos.
Multicausal
Especialistas consideran que la obesidad es multicausal. Se trata de una enfermedad en que entran en juego componentes personales, sociales y del entorno construido. Por eso es que las estrategias de prevención y cura no pueden estar sólo dirigidas a la persona. “Deberían diseñarse acciones a nivel poblacional, con intervenciones transversales, con compromiso de todos los actores, sostenibles en el tiempo más allá de los avatares políticos. Este es el punto donde el Estado juega un rol fundamental”, advierte el trabajo. Y una experta consultada añade: “La obesidad es un problema de salud pública; este padecimiento se ve más como algo estético y no de salud, es por eso que encontramos un abanico de productos muy amplio para que las personas se vean mejor y no para que estén saludables”. Es que, de nuevo, el nivel socioeconómico, la cultura, la educación, la publicidad, el marketing, el ritmo de vida y su hijo el estrés juegan para el equipo de la obesidad, un mal social de este mundo actual.