Revista La U

El pensamiento nacional de Saúl Taborda

Saúl Taborda, además de ser uno de los ideólogos de la Reforma Universitaria de 1918, es uno de los grandes y pocos pensadores nacionales que dio la Universidad Argentina. A días de haberse celebrado el Día del Pensamiento Nacional, el autor de esta nota hace una reseña del balance que realiza el pensador, filósofo y pedagogo de la “docta” años después del “grito de Córdoba”.

Por Elio Noé Salcedo

En sus Investigaciones Pedagógicas de 1932, Taborda apuntaba: “Los que desde el año 18 venimos luchando por convicción en la revisión de valores que entraña la reforma educacional, tan bastardeada en su breve período por iscariotes disimulados y charlatanes de feria adscriptos al movimiento, no hemos dudado nunca de que ella, lejos de ser perfecta, es una obra de sucesivas enmiendas, de indefinidas rectificaciones”.


“Lo contrario –sostiene Taborda en esas investigaciones-, hubiera importado apreciarla con un criterio naturalista, único, acaso, con el cual se puede sostener que basta con las disposiciones de los nuevos estatutos, con la nueva composición de los cuerpos directivos, con la injerencia de los estudiantes en el manejo del organismo docente y con la democratización de sus funciones centrales, para darla por terminada”.


Según manifiesta el propio impulsor de la Reforma, “la adhesión que muchos partidarios del movimiento del año 18 han prestado al miraje mentado, hasta el punto de concebir la reforma auspiciada como un perfeccionamiento técnico y metodológico anexo a una revisión de estatutos y reglamentos, ha comunicado al movimiento un matiz equívoco y contradictorio”.


“En cierto modo –reflexionaba Taborda a poco más de una década de la rebelión reformista- parece como que, descontentos con el atraso técnico de una universidad que no formaba ya buenos abogados, buenos médicos y buenos ingenieros, todo aquel movimiento se hubiera propuesto corregir ese mal reajustando y reforzando la máquina docente construida por la era industrial”.


Dada esa situación, al hacer un balance de diez años de acción reformista y comparar los programas de estudio de diversas universidades del país, Taborda no encontraba “saldo que permita establecer una neta diferencia con el sistema anterior al año 18”. Al analizar puntualmente el programa de Historia elaborado por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de La Plata se lamentaba: “Inútilmente buscará ahí una concepción filosófica de la historia”.


“En toda la documentación de diez años de lucha –advertía el gran pedagogo- campea, como lugar común, este pensamiento (mejorar la máquina de enseñanza). Y cada vez que se examinan los frutos de la campaña, se los aprecia y elogia comprobando que ‘hoy los profesores enseñan mejor, y se estudia más’”, sin mirar más que eso. Frente a ello, el insigne pedagogo termina concluyendo: “Tengo ante mí el plan elaborado por la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, busco la exposición de motivos de sus autores y solo encuentro la manifestación de que todos ellos entienden por reforma: “la mejor enseñanza”. ¡Admirable prudencia!”. Acto seguido, el pedagogo se pregunta sorprendido: “¿Hay por ahí quien quiera la peor enseñanza? ¿Y qué es lo mejor? ¿Qué lo peor? Hemos caído en la doctrina de los valores; pero no se nos dice cuál es el criterio valutativo que dirime el problema”.


Es la misma pregunta que nos hacemos cuando, por ejemplo, se habla de mejorar la calidad de la enseñanza bajo el paradigma de la “internacionalización de la educación superior”. ¿Cuál es el criterio valutativo para dirimir dicho problema?


Como parte de esa experiencia histórica que fue la Reforma, Saúl Taborda responde dicha pregunta en forma crítica, y su respuesta conserva validez y vigencia aún, como las propias banderas y valores de la Reforma: “Trátase del miraje –el miraje de una época entera, que ha ejercido y ejerce todavía influencia decisiva en todo- según el cual el valor de la enseñanza, la enseñanza por antonomasia, se mide por la capacidad técnica y productora de los profesionales que lanza a la vida”. Esa mirada sigue vigente, aunque en teoría se pretende que nuestras universidades no sean meras expendedoras de títulos.


Desde una mirada nacional subestimada, desconocida y despreciada, pensamos en coincidencia con Taborda, que “estamos todavía en pleno auge de la pedagogía del hombre faber”, sin espíritu y sin conciencia de su condición en este preciso y singular lugar del mundo.


Por otra parte –nos aconseja el mismo Taborda-, “conviene desconfiar de los reformistas –que los hay en buen número- que afirman que el problema de la reforma solo está radicado en la enseñanza universitaria. Es gente que quiere enervar la eficacia del alto designio. O, por lo menos, es gente que no alcanza a plantear la cuestión en sus términos justos”. ¡Y en algunos casos se trata hasta de expertos internacionales!


Desde que los ideólogos de la Reforma estaban convencidos de que todo el ordenamiento educativo debía “ser alcanzado por la acción de la Reforma”, entendían también que “reducir esta acción a los institutos universitarios no solo es acusar ignorancia del proceso formativo sino que también, y sobre todo, es favorecer el viejo criterio que ha mutilado siempre dicho proceso en mil partes diversas, con propósitos y resultados contrarios a la enseñanza”. Incluso, se quejaba Taborda, “les pareció catastrófico cuando se trató de construir desde los cimientos en nombre del principio de la unidad sistemática de la enseñanza”.


En efecto, como advertía el gran pensador nacional en sus Investigaciones Pedagógicas respecto al movimiento de renovación iniciado en 1918, si éste no quería concretarse a ser “una vana intentona referida a los estudios universitarios”, no debía olvidar que “toda la enseñanza –jardines de infantes, escuelas primarias, colegios normales, liceos, colegios nacionales-”, debía conformar un sistema u orden educativo, coherente además con la cultura y la historia propia del país y el Continente, y que mientras esto no se concretara, “nada de bueno se puede hacer en orden a los llamados estudios superiores”.


“Breves años bastan y sobran –cavilaba el aguerrido pedagogo- para demostrarles que no pueden existir estudios universitarios, siquiera sea con miras a formar profesionales idóneos, mientras la enseñanza de las escuelas primarias y secundarias permanezca en el estado de descuido -desnacionalización y/o despersonalización- en que ahora se encuentra”.


Pues bien, concluyamos esta reseña extendiendo el desafío hacia la continuidad y finalización de una reforma pendiente e inconclusa. La transformación o reforma educativa nacional no se circunscribe, como nos enseña Taborda en su obra pedagógica, a la educación superior ni formal, sino que se relaciona necesaria y naturalmente con la reivindicación de la propia cultura y de la propia historia, o sea, con el hombre y la mujer concretos de nuestro pueblo y de nuestra patria de todas las épocas, con proyección de futuro para todas y todos, sin exclusión de nadie, y menos de las mayorías nacionales y del pensamiento nacional que las representa.

Imagen de portada: ffyh.unc.edu.ar/noticias

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