La emergencia del cambio climático a veces nos hace olvidar que estamos a las puertas de un cambio geopolítico mundial, no porque el actual orden mundial decadente quiera irse o despedirse, sino porque la aparición de nuevos actores importantes –China, Rusia, India, Irán, y, de ser una sola, también América Latina- cuestionan con su presencia dicho sistema y apuestan a un mundo multipolar. En ese contexto, el autor reflexiona sobre la universalidad de los paradigmas que ese mundo hegemónico nos ha venido imponiendo como una verdad revelada y única, sin serlo.
Por Elio Noé Salcedo
No hay duda de que, detrás del dominio político, militar y económico de los países hegemónicos subyace una ideología (cultura, ideas, paradigmas) que pretende imponerse como la verdad revelada o universal. Hoy podríamos denominarla “la verdad global”.
Descubrir esos rasgos de la otrora llamada “cultura de la dependencia”, con su “colonización cultural” y su “colonización pedagógica”, hoy reconocida además como “colonialidad epistemológica” por algunos pensadores latinoamericanos, resulta el principio de construcción –a la espera de un nuevo mundo- de aquello que Fermín Chávez, otro gran pensador nacional, llamaba “Epistemología de la Periferia”. Pues bien, desde esa perspectiva, introduzcámonos en el tema.
La falsa universalidad eurocéntrica
Mucha agua ha corrido debajo del puente en los últimos quinientos años, pero sobre todo a partir de la propia hegemonía cultural europea y la de sus países dominantes sobre nosotros, que pretendió erigirse no ya como la cultura de nuestros conquistadores sino como “la cultura universal”.
En sus “Lecciones de Filosofía de la Historia Universal”, Hegel consideraba que la sociedad y la cultura aquende el Océano, no debía incluirse en la historia universal. Aunque como nos anoticia el investigador argentino (arraigado en México) Enrique Dussel, Europa inventó “todo lo que había tomado de China” e inventó “la historia que nosotros estudiamos”. Incluso la “filosofía universal” –Dussel dixit-, y muchos principios de las ciencias sociales, resultan un invento europeo o, al menos, una de sus relatividades.
En 1934, comprendiendo dicho relativismo cultural, la antropóloga Ruth Benedict advertía que “la civilización occidental, a causa de circunstancias históricas fortuitas, se extendió más ampliamente que cualquier otro grupo conocido. Se ha impuesto sobre la mayor parte del globo, y ello nos ha conducido a aceptar la creencia en la uniformidad de la conducta humana…”. “Las categorías –completaba Benedit- se tornan peligrosas cuando se las toma como inevitables e igualmente aplicables a todas las civilizaciones y a todos los acontecimientos”.
Por su parte, el antropólogo A. L. Kroeber apuntó hace ya mucho, que “las universalidades aparentes podían no ser más que un reflejo de las categorías lógicas y verbales de la cultura occidental”.
En la ignorancia de tales premisas, entre otras, se ha basado el éxito del falso universalismo entre nosotros, primero como expresión del colonialismo, a partir del siglo XV, y luego como expresión del imperialismo económico y cultural, a partir de final del siglo XIX.
Incluso en el ámbito artístico logró imponerse una falsa universalidad: “La música “clásica” o “culta” se consideró música universal, siendo que no era más que la música de la Europa central de Italia de los siglos XVII y XVIII, a la que con el Romanticismo se agregó la de Francia y, en parte, la de España y Rusia. Aun así, con esta ampliación, no era más que la música de Occidente, cuyos cultores y musicólogos despreciaban a la de los países coloniales y semicoloniales, rotulada “música folclórica” o “étnica”, incapaz de alcanzar difusión universal alguna, según ellos”.
No es casual que Arturo Jauretche advirtiera: “No me hablen de valores universales; lo que ellos llaman universal es la visión local de las metrópolis”.
Lo había reconocido antes el filósofo alemán Johannes Herder (1744-1803): “Menos que nada puede nuestra cultura europea representar la medida de la bondad y del valor humanos universales: ella no es ninguna medida o es una falsa”.
Nicolás Lenin fue quien señaló que la contradicción más importante de nuestra época es la que opone las naciones imperialistas dominantes a los pueblos coloniales y semicoloniales de la periferia. En ese sentido, explica el Dr. Roberto A. Ferrero, “la aceptación de esta contradicción esencial es la llave que permite ubicar a cada fenómeno cultural, político o económico en el sitio que le corresponde y centrar desde aquí cualquier análisis sobre estas materias. Olvidarlo lleva a la confusión, a la desorientación ideológica y a la aceptación acrítica de los conceptos eurocéntricos que subyugan y alienan la conciencia nacional latinoamericana”.
“La dominación de la clase dominante -(en este caso aplicable a nuestra oligarquía) explicaba a su tiempo Antonio Gransci- se materializa cuando las percepciones, explicaciones, valores y creencias de ese sector llegan a ser vistos como la norma, transformándose en los estándares de validez universal o de referencia en tal sociedad, como lo que beneficia a todos, cuando en realidad solo beneficia o beneficia preferencialmente a un sector dado”.
Hasta un epistemólogo antimarxista como Karl Popper, ha admitido en “La Miseria del Historicismo”, que existen leyes históricas y sociales, “pero que son leyes de tendencia o proceso, de carácter no universal y conectadas con las peculiaridades idiosincráticas y coyunturales que se presentan en el transcurso de la historia”.
Descubrir las circunstancias históricas, psicológicas y sociológicas que han incidido en la difusión del conocimiento y por consiguiente en la “universalización” de criterios de interpretación de la realidad –entiende Ricardo R. Solohaga-, es lo que permite el quiebre de “una hegemonía sostenida en el campo de las relaciones internacionales –también a nivel educativo- que prevalecen gracias a las tradicionales teorías premeditadamente elaboradas” (30) desde los centros del poder global.
Relativismo de la universalidad de las ciencias
Ahora bien, como señala Ferrero, “naturalmente, la universalidad de los conceptos, su virtualidad para existir más allá de una casuística inflexible y meramente descriptiva, es condición esencial de toda ciencia. Pero una cosa son las Ciencias Naturales y otra las Ciencias Sociales. En las primeras, la validez de sus leyes y de sus teoremas es de una universalidad cierta, ya que las leyes de la naturaleza son una descripción sistematizada de una regularidad observada que es igual en cualquier espacio y en cualquier geografía, albergue la sociedad que albergue”.
En las Ciencias Sociales, por el contrario –explica el cientista, historiador y pensador nacional de Córdoba- “tal unanimidad no existe, porque la sociedad capitalista se encuentra desgarrada en clases adversarias y -por encima de ellas- dividida planetariamente en dos grandes bloques antagónicos: el de los países metropolitanos dominantes y el de las naciones periféricas, coloniales y semicoloniales sometidas”. De ese modo, la cosmovisión de los países dominantes, “ha actuado imponiendo la producción de categorías y leyes adecuadas a la realidad eurocéntrica (hoy “occidentalocéntrica”) y decretándoles una universalidad aparente, que ha sido a su vez el vehículo para hacerlas aceptables en el mundo de la periferia para el cual eran inadecuadas”.
Sin caer en un relativismo absoluto, entonces, es necesario relativizar –valga la redundancia- la universalidad de los conceptos de la Ciencia Social de cuño eurocéntrico en general y del marxismo filiado a Europa en particular, estableciendo como verdad inconclusa que su ámbito de validez -salvo verdades muy generales y por tanto sin mayor valor operativo- no supera los límites de la realidad de los países centrales.
Solo cuando la sociedad humana sea más homogénea, pensamos –hoy apenas estamos en una importante transición-, los conceptos de la ciencia social alcanzarán una universalidad casi equivalente en su verdad científica a las de las ciencias de la naturaleza. Hasta que ello ocurra, es bueno estar advertidos.
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