Al haberse cumplido hace unos días 79 años de la revolución de 1943, que puso fin a la “década infame” y abrió las puertas a la llegada del peronismo, y dada la necesidad de conocer profundamente nuestra historia para entender el presente, reflexionamos sobre aquella revolución que, además, debió asumir la reconstrucción de San Juan apenas siete meses después de hacerse cargo del gobierno nacional.
Por Elio Noé Salcedo
Imagen de portada: https://upload.wikimedia.org/
El término revolución se ha aplicado a fenómenos que comportan muchas veces lo contrario: es el caso de la “revolución” del 11 de septiembre de 1852; la “revolución” del 90 a fines del siglo XIX (“típico golpe porteño” contra un gobernante constitucional que venía del Interior); la “revolución” de 1930, que derrocó a Hipólito Yrigoyen elegido por el voto universal, obligatorio y secreto; o la “revolución libertadora” (ni revolución ni libertadora), que derrocó el gobierno constitucional del general Juan Perón. Aquí utilizaremos el concepto de revolución definido por nuestro comprovinciano Octavio Gil en “Tradiciones Sanjuaninas”.
Como sabemos, para Octavio Gil “el vocablo revolución significa el cambio radical y repentino de las instituciones fundamentales del Estado o de la sociedad, que se produce por el pueblo, valiéndose de la fuerza”. Aunque también advierte enseguida que las revoluciones “propiamente dichas” son las “de abajo”, aunque tampoco descarta que haya auténticas revoluciones “desde arriba”, provocadas con el propósito “de un cambio fundamental de régimen”.
No hay duda de que la revolución de 1943 se encuadra entre las revoluciones “desde arriba”, que venían a producir “un cambio fundamental de régimen” (de un régimen entreguista, hambreador y fraudulento), y que respondiendo finalmente al clamor de “los de abajo”, tres años después, en 1946, entregó democráticamente el gobierno a las mayorías populares. Algunas referencias históricas seguramente darán sentido y contenido concreto a estos conceptos.
Los idus de junio
Junio 4, hay ruido de sables; un soldado ha retado a la historia; atrás queda la “década infame”, nace una de Grande Memoria. Así sintetizaba el poeta aquellos sucesos propicios de junio y de los días y años por venir.
La revolución de 1943 se inició produciendo el desconcierto de las minorías conservadoras y de la Embajada Británica, justo el 4 de junio, día en que la Convención del Partido Conservador se había autoconvocado para proclamar la candidatura a la presidencia de la República de Robustiano Patrón Costa, zar del azúcar e instigador de la contrarrevolución y derrocamiento del Dr. Federico Cantoni en 1934, suceso que terminó, entre otras, con las posibilidades de la “Azucarera de Cuyo” y la diversificación económica de San Juan en la década del 30 del siglo XX.
Para ser “una revolución autoritaria” como pretendían o pretenden algunos, lo cierto es que “con un debate ideológico acentuado por motivos internos y externos, con una sociedad en transformación”, aquella revolución creó más expectativas que desencantos entre sus contemporáneos tras “la búsqueda de distintas soluciones políticas que permitieran salir de los dilemas en que la opción escogida a comienzos de la década había colocado a la Argentina”, como bien dice Fernando J. Devoto en su reflexión sobre ese suceso de 1943.
Si bien el grupo de revolucionarios no era homogéneo y estaba dividido en torno a diversas cuestiones, entre ellas la posición que debía adoptar el país frente a los bandos contendientes en la Segunda Guerra Mundial, dentro de él convivían los que defendían la neutralidad, coincidente a la vez con los que tenían claras simpatías con las fuerzas del Eje, en particular con las alemanas, al lado de los aliadófilos, generalmente de orientación probritánica, junto a algunos de orientación liberal y grupos vinculados con el nacionalismo católico (Page, 1983).
Raúl Scalabrini Ortiz, que desconfiaba de esos militares, de los que tampoco se sabía mucho, se orientó a creer en un principio que era un golpe pro norteamericano para romper la neutralidad. Por su parte, FORJA (Fuerza de Orientación Radical para la Nueva Argentina), conducida por Arturo Jauretche, declaraba en la ocasión con más optimismo que Scalabrini -con la firma de Jauretche y Oscar Meana-: “FORJA declara que contempla con serenidad no exenta de esperanza la constitución de las nuevas autoridades”. Por su parte, diarios nacionalistas como Cabildo también celebraban alborozadamente la revolución en la que veían “el triunfo del espíritu nuevo” que había abolido al gobierno de “la plutocracia sin patria”.
En su gran mayoría, como dice Pablo Buchbinder en “Los cambios en la política social argentina y el impacto del terremoto de San Juan (1944)”, “los militares que impulsaron el golpe compartían una perspectiva crítica de los gobiernos que habían ejercido el poder desde 1930”, cuestionando para empezar, “las prácticas fraudulentas en términos electorales que habían permitido que dichos gobiernos se mantuviesen a lo largo de este extenso período, su supuesta corrupción y la falta de moral en términos administrativos, pero también se los acusaba por su falta de sensibilidad en los aspectos sociales”.
Así también, la perspectiva de los militares del 43 estaba impregnada de las preocupaciones por la situación social (“mishiadura”) y la situación de un mundo en guerra (1939 – 1945), preocupaciones que se agravarían a los siete meses de iniciada la revolución con el terremoto de 1944 en San Juan.
Las propuestas en danza para superar “la década” -señala Devoto- variaban entre: “una mezcla de fraude masivo y populismo” (tesis de Fresco: gobernador fraudulento de la provincia de Buenos Aires); “la permanencia en el limbo del fraude y de la república conservadora” (tesis de Castillo – Patrón Costas); una tercera surgía de “la solución Justo: acuerdos en las cúpulas para un retorno del mismo Justo (en especial mediante un acuerdo con Alvear), ahora elegido democráticamente en 1944, con el decisivo apoyo radical en alguna versión de «unión democrática” (la muerte de Justo y Alvear desestimó de cuajo esta “posibilidad”); sin dejar de lado lo que Devoto llama “el tacticismo del gobierno de Justo en 1936, de sustituir la lista incompleta por la completa en las elección de electores para Presidente y Vice a la muy extrema de Rodolfo Moreno de suprimir el voto secreto”; la cuarta opción era precisamente esa: “la modificación de la ley Sáenz Peña”; una quinta era la línea Ortiz (el presidente de 1939): “una transición gradual de la república posible a la verdadera”, o sea a la república oligárquica de siempre.
Como se ve, todas las propuestas de la clase política de entonces se inclinaban por la conservación del estatus quo de la “década infame” (1930 – 1943). Eso convirtió aquel levantamiento militar en una verdadera revolución “desde arriba”, de cuyas entrañas surgiría democráticamente una verdadera y amplia revolución “desde abajo”: el peronismo.
Obras citadas
Octavio Gil (1948). Tradiciones Sanjuaninas. Peuser. Buenos Aires.
Fernando J. Devoto. Para una reflexión en torno al golpe del 4 de junio de 1943.UBA.
Pablo Buchbinder. Los cambios en la política social argentina y el impacto del terremoto de San Juan (1944). UBA-CONICET.