Revista La U

Enfoques para el estudio de la realidad nacional

Así como hace unas semanas atrás abordábamos la concepción histórica original de un pensador nacional del Interior como Alfredo Terzaga, hoy ponemos a consideración de nuestros lectores el enfoque para el estudio de la realidad nacional de Arturo Jauretche, uno de nuestros máximos pensadores nacionales.

Por Elio Noé Salcedo

Imagen de portada: www.argentina.gob.ar

Cuando las obras de Arturo Jauretche circulen por los colegios nacionales y las universidades con la misma profusión que transitan obligatoriamente tantos textos insustanciales -dirá el Dr. Luis Alberto Rodríguez al prologar las reflexiones de Arturo Jauretche sobre el tema que nos ocupa-, “estaremos, entonces, en condiciones de recrear los ideales nacionales en las nuevas generaciones de argentinos”. Pues bien, ¿de qué se trataba en este caso la exposición de Jauretche?

En una conferencia en Bahía Blanca, el 20 de mayo de 1974 -apenas cinco días antes de fallecer en Buenos Aires-, Jauretche le advertía a sus jóvenes oyentes: “Se ha ido conformando, a contrapelo del país, una mentalidad que separó la cultura del pueblo, y que se reveló siempre en nuestros grandes movimientos políticos en la contradicción entre la posición de las clases ilustradas y los sectores masivos de la multitud”. Ello obedecía según el gran pensador popular, “a que el pensamiento ha sido expresado no como la creación de ideas propias que utilizarán los elementos extraños ajenos de la cultura, sino como una adaptación de otras ideas de la cultura importada sin el estudio previo de la realidad”, cuando no, una adopción directa de esas ideas, ajenas a las necesidades, intereses y/o prioridades de nuestras mayorías nacionales.

Ello resulta, señalaba Jauretche, de “no pensar los acontecimientos en función de nosotros mismos, sino como reflejo de otros”. De esa manera, “el hombre de nuestra cultura es víctima de esa colocación de su pensamiento que le hace ver el mundo no desde el centro (su propio centro) sino desde el suburbio”. Esa autoexclusión o auto marginación es lo que permite, a través de distintos medios de conocimiento (escuela, prensa, libros, universidades), que la gente sepa “más de geografía de Europa que de la Argentina; no hablemos del continente”.

Cuando Jauretche planteó en su momento la necesidad de ver la realidad “al revés” de cómo se la veía, y configurar los mapas con el sur arriba y el norte abajo, resultó un escándalo a nivel escolar, porque “ninguna maestra lo quiso poner en su escuela porque alteraba su esquema mental”.  Hasta una directora de escuela protestó en “Cartas de Lectores” de un conocido matutino porteño, “porque se alteraban las normas de enseñanza”. Eso ya nos da una idea de lo que significa cambiar el modo de ver el mundo. No entendían, reflexiona Jaurteche, ese proceso “que cambia toda la visión histórica por el simple hecho de sur-orientar un mapa. Cambia toda la visión de los acontecimientos”.

Lógicamente, entendía nuestro filósofo y cientista criollo, “esta característica afín con la ciencia geográfica, no es más que una simple manifestación de un concepto que tenemos que erradicar definitivamente, porque nuestro problema para estudiar la realidad argentina es aprender a ver la realidad sin anteojeras”. El eje de ese planteo, reconocía el escritor y orador nacional, “es todavía el aforismo de civilización y barbarie”.

Y en clara alusión al autor del Facundo, que sigue teniendo sus seguidores a diestra y siniestra (cabal muestra de nuestra colonización pedagógica y epistemológica), Jauretche sacaba esta conclusión: “En lugar de plantearse el conflicto de la América que se emancipaba con la propuesta de un modelo que surge del conflicto entre dos culturas, partió por negarle la condición de cultura al complejo cultural que representaba el país original, para considerarlo como inexistente culturalmente y proponer como único objetivo su civilización, vista como un proceso de transferencia de la cultura europea a América”.

Una idea colonial

            Se trataba, profundiza Jauretche, de “hacer Europa en América”, para lo cual   necesitaba, además de desargentinizar a los argentinos, de “hacer el país chico pero europeo”, sin demasiadas extensiones que poblar y cultivar, ni pueblos marginados que alimentar y dignificar. Tal vez por eso, Buenos Aires combatía a las provincias y se separaría de ellas apenas las provincias -más civilizadas que Buenos Aires en ese sentido- plantearon la organización del país y plasmaron la Constitución en 1853. Aunque como revela Jauretche, se quería hacer ese país “con una imagen de Europa que no es Europa”, o sea “una imagen abstracta” de civilización, en función de “un razonamiento que emergía sin tener contacto con la realidad”, en el mismo momento en que las provincias luchaban por la “organización nacional”, una Constitución Federal y plasmaban en cada provincia su propia Constitución, cuando Buenos Aires estaba muy lejos de practicar la democracia que practicaba la civilización europea.

Era en “función del exterior, y no de la realidad, lo que les hacía apreciar como barbarie lo que era la civilización (sin conocerla), mediante el método de una transferencia intelectual del europeo”. De esa manera, pensaba Jauretche, poniendo de manifiesto la diferencia entre adoptar y adaptar (en este caso, la diferencia de fondo es una sola letra), que nosotros terminamos adoptando la civilización europea, en lugar de adaptar la civilización “para adecuarla a nuestra realidadlo que sirvió para desnaturalizarnos”.

Fue en FORJA (Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina) -explica Jauretche- donde él y sus amigos tuvieron que “tirar por la borda todo el bagaje cultural que traíamos de la Universidad”, por no poder explicar la realidad sin “el auxilio de una fórmula”, generalmente extranjera, o sea ajena a los hechos y a las realidades del país, sencillamente porque los educandos (“educados”) no podían aceptar “la existencia de una realidad propia”. Así había democráticos que apoyaban el golpe a Yrigoyen y se plegaban a la farsa democrática de la “década infame”, antiimperialistas que se aliaban con el imperialismo anglosajón en la segunda guerra mundial, y “anti fascistas” de clase media que combatían gobiernos populares y apoyaban golpes de Estado contra el pueblo trabajador (como lo habían hecho las clases medias alemanas e italianas fascistas en sus propios países).

Muchos esfuerzos se perderán -reconocía Jauretche- pero muchos se ganarán, y como no tenemos una literatura para el servicio de ese pensamiento tendremos que utilizar y tendrán que utilizar los jóvenes su trabajo de observación (no de repetición o imitación), su trabajo de liberación interna de los elementos culturales, que son simples transferencias del exterior”.

Entonces, concluye Jauretche, “cuando los hombres -y las mujeres- dejen de ser abstracciones, la “civilización y la barbarie” dejarán de ser otras dos abstracciones que dejarán de regir nuestro pensamiento”, con todos los prejuicios antinacionales y antipopulares que han hecho escuela entre nosotros y el complejo de inferioridad y auto denigración que nos ha inoculado dicho paradigma a partir de su entronización educativa, adentro y fuera de las aulas.

 

 

           

           

 

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