Una profunda semblanza de Raúl Tellechea, desaparecido en plena democracia, hace 18 años. El texto es de la Agencia de Noticias El Catalejo, del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNSJ.
Ahí está, entusiasmado por el último chiche que compró para la bici.
Atento a lo que sea para hacer un chiste. Preparado para ir a cubrir el arco en el partido menos pensado. Dispuesto a ir a revisar la compu de un amigo. Así es él.
Raúl es, está, piensa, hace, dice. Habita en presente la memoria de quienes lo conocen, lo aman, son sus amigos y amigas, su familia, sus hijos e hija, sus compañeros y compañeras de militancia, de trabajo, de viajes. Está en ellos, en ellas, aunque hace 18 años dejaron de verlo.
Hoy Raúl tiene 73 años, aunque el último cumpleaños que compartió festejó 56. Ese día su amigo Luis le regaló una linterna.
El rompecabezas de la memoria
Lo que somos está distribuido en otros y otras. Raúl es muchos raúles: el hijo, el tío, el novio, el padre, el amigo, el ciclista, el docente.
Todos por Raúl es el espacio donde el rompecabezas de la memoria se despliega y amalgama. En este grupo, quienes conocían al Raúl familiar y sabían de su gusto por los callitos a la madrileña que le hacía su mamá, se enteraron del militante. Aquí quienes habían estudiado con él supieron de su compromiso religioso y solidario. Todos fue y es la coraza en la que sus hijos e hija gozaron de las grandes amistades que había construido su papá.
En estos días de septiembre, cuando abundan los detalles sobre esta desaparición forzada en democracia en San Juan, queremos hablar de Raúl, no del “caso Tellechea”.
La vida de Raúl Tellechea hoy está en las voces de Mariana, Mauricio, Gonzalo y Rodrigo; en lo que cuentan Luis, Nora, Daniel, Alberto, Natacha y Raulito; en lo que siente Nani; en lo que compartieron Veremundo y Magda; en lo que no olvidan Beatríz, Susana, María Eugenia y Adriana. Todos y todas aportan a este relato, con lo que cada recuerdo tiene de particular y lo que se repite. En la diversidad de quienes completan esta memoria, no hay contradicciones en el Raúl que tienen presente y que aceptaron compartir.
La risa como bandera
Alegre, entrador, carismático y de buen humor; ocurrente, apasionado, atento, generoso, vital, austero, activo, afectivo, inteligente, honesto, desprendido y responsable son adjetivos que se repiten, no importa quién hable de él, no importa el tiempo.
Las caras de su hija y sus hijos se iluminan al recordar la alegría de Raúl. Divertido y simpático. Tanto que en el ambiente del ciclismo se ganó el apodo de “lengua”: “tenía una combinación muy linda porque era muy inteligente, muy rápido para asociar lo mental con el lenguaje”, dice Gonzalo.
Mariana se ríe. Su mente, a mil, busca, busca, y busca y dice: “nosotros vivíamos cerca de Ausonia y recuerdo que era carnaval y había que disfrazarse. Él no tenía disfraz, pero se inventó uno de bebé, con un chiripá que usábamos en esa época y se fue caminando así, casi desnudo y con un chupete de goma, caminando al baile del club (risas). No le importaba nada lo que dijeran de él, tenía cero temor al ridículo”.
Abundan las anécdotas, Raúl está ahí, entre las risas de los recuerdos, los mates y el reflejo del sol.
“Era muy alegre. Siempre tenía un chiste a flor de labio” recuerda Beatriz Toro, Bety, quien fue la compañera de Raúl durante más de treinta años. Las hermanas de Beatriz: Mariu, Adriana y Susana confirman esa descripción. “Era muy jovial, muy jodón. Era muy muy divertido. Para mí, una excelente persona. Siempre honesto y confiable” afirma Mariu.
Pasión es otra palabra que eligen quienes lo conocen para describir su carácter. “Cuando él se metía en algo, se metía con todo” asegura Bety. Raúl se entrega por completo a sus actividades habituales, el deporte y “las computadoras”. Se entusiasma con facilidad con cada nuevo proyecto que emprende, tanto que en algún momento se le cruzó por la cabeza dedicarse a la construcción o ser periodista deportivo.
Familia y amigos dicen, sin dudarlo ni un momento, que es un buen cocinero. El asado y la paella son dos de sus especialidades. Tanto le gusta cocinar, que en la casa que construyó pensó un diseño de poleas muy específico para el asador, un modelo que le permitiría asar en diferentes alturas según la necesidad.
“Hacía muchos asados», agrega Mariana. “Después fue pasando el tiempo y le agarró mucho el gusto a hacer paella y después, al final, cuando se le desató su diabetes, se puso más cocinero, se tenía que cuidar más con las comidas. Igualmente, disfrutaba mucho haciendo pastas y salsas”.
Gonzalo también recuerda los asados y las pastas. Con una risa, acota:“hacía el chiste de cuán rico le salía el tuco”. Gonzalo es triatlonista y Raúl le regaló un libro de nutrición para que estudiara algunas recetas y se las pasara, así él se las cocinaba. Tan simple y tan lleno de amor como ese gesto. Rodrigo cuenta que se acuerda de las carnes de su papá: “varios días a la semana me quedaba con él en su departamento, y comíamos carnes con ensalada, bifes con ensalada, esas cosas”.
Nani -Natalia Hobeika- también usa la palabra “alegría” para hablar de Raúl. “Ya sea en una fiesta, en un baile o viendo televisión, todos los momentos fueron buenos”, dice sobre su pareja.
Raúl hijo, tío, amigo
Raúl nació el 20 de febrero de 1949. Fue asentado en Etruria, Córdoba, provincia en la que vivió en distintas localidades porque su papá era Jefe de Estafeta Postal y lo trasladaban periódicamente. Era muy chico cuando su papá murió. Con su madre y su hermana se vinieron a San Juan, donde tenía a sus abuelos maternos. Llegó justo cuando estaba terminando la primaria. Aquí hizo parte de la secundaria en la Escuela San Martín y otro tramo en el Colegio Nacional.
Quien tiene los recuerdos más antiguos (propios o contados) es el hijo de Kika, la hermana de Raúl Tellechea. El parentesco y la cercanía de edad hicieron que pasaran mucho tiempo juntos: Raúl Trujillo (Raulito) nació cuando su tío tenía 12 años. “Hemos compartido mucho”, dice mientras describe su relación con ese tío.
Los amigos y amigas, reunidos y reunidas en el comedor de Luis y Nora para hacer memoria juntos, a veces hablan a la vez, a veces hacen silencios profundos. En esta casa, en este comedor, fue donde muchos de ellos y ellas se conocieron y compartieron sus vidas.
Empezaba la década del 70 cuando Raúl y Alberto Grasso coincidían en la casa de la familia Toro, visitando a dos de las hermanas que eran sus novias.”Yo vivía en Villa Krause, era un seco y me quedaba charlando hasta después de la una de la mañana y se me pasaba el último colectivo. Raúl, que también se quedaba, me acompañaba a pata a la Mendoza y Laprida a ver si pasaba el último 15. Esperábamos un rato y si no pasaba nada me decía: “te llevo”. Él tenía en ese entonces una bicicleta negra. Agarrábamos Mendoza al Sur hasta Villa Krause, hasta mi casa, y él después volvía a Santa Lucía, su casa, una y pico de la mañana. Tenía ese gesto. Yo sentado en el caño, hablando macanas, íbamos hasta allá. Inclusive nos tocaron los primeros operativos en el 72, 73…Raúl hacía eso por mí…y se volvía solo”.
Ayudar al otro, al desprotegido, al despojado
Raúl cree en la posibilidad de la justicia social, en militar para acompañar a otros y otras en el reclamo por sus derechos. Por eso, mientras estaba de novio con Beatriz aceptó la invitación de ella a sumarse al Grupo de Reflexión Bíblica de la Parroquia de Guadalupe. Este era un conjunto de personas que trabajaban junto al ex sacerdote tercermundista Dionisio Castillo.
“En esa época, en esa iglesia, no nos quedábamos con el culto, con las ceremonias, sino que siempre nos alentaban a buscar al otro, al desprotegido, al despojado”, cuenta Nora Fager, esposa de Luis Estevez, grandes amigos de Raúl.
“Era muy sagaz, muy inteligente”, dice Natacha Arnáez, que recuerda que ni siquiera la solemnidad de las reuniones de lectura bíblica de los miércoles impedía que Raúl hiciera reír a quienes estaban presentes con sus salidas: “en una reunión con unos teólogos, el lugar estaba muy lleno, Raúl y yo estábamos detrás del dintel de la puerta, entonces un compañero preguntaba y no se le entendía, lo hacía de otra forma y tampoco, entonces Raúl salta y le dice: pero mirá Carlos, explicalo bien porque hemos quedado como Adán en otoño! Te imaginás en ese momento, delante de tantos sacerdotes y monjas…tenía esas cosas”.
“Después obviamente cambió todo”, dice Luis. El golpe de Estado de 1976 obligó a los integrantes del grupo religioso a abandonar sus esfuerzos. No solo tenían prohibido militar, tampoco podían intentar relacionarse entre quienes habían compartido el trabajo en las villas.
La vida en familia
En 1974 Raúl se casó con Beatriz Toro. Tuvieron cuatro hijos: Mariana, Mauricio, Gonzalo y Rodrigo. “Fue un hombre de avanzada en el sentido de que él cambiaba pañales, preparaba biberones, él cargaba a los niños, cocinaba, lavaba platos. No era machista”, precisa Bety. Ella y sus hermanas -Susana, María Eugenia y Adriana- destacan que como padre, Raúl se esforzaba por estar siempre presente: “Él buscaba qué podía hacer con sus hijos. Me acuerdo que una vez me dijo: “mirá Mariú, he encontrado la forma de compartir con Mauricio. Vamos a comer paella al Súper”.
La responsabilidad y la disciplina marcaron la vida de Raúl. Comprometido con sus obligaciones, sus pasiones y su rol de padre, pudo trasladar a sus hijos e hija la convicción de que con esfuerzo, todo se logra.
“Éramos buenos estudiantes. Ya sabíamos que era una obligación, un hábito. Una sola vez -cuenta Gonzalo- le dije “papi, no estudié. ¿puedo faltar mañana?”. Eran las 10 de la noche, nunca había dejado de estudiar, nunca faltaba a la escuela. Y me dijo: “vas a tener que estudiar toda la noche”. No me enojé ni él tampoco, pero entendí que así son las obligaciones. Los más grandes lo vivimos mucho más”.
Rodrigo tenía 10 años cuando Raúl desapareció. Cuenta que mucho de lo que recuerda lo puede transmitir desde sus vivencias, y a otras las fue reconstruyendo a través del relato de los demás, la familia, sus hermanos y hermana, su mamá: “Era una persona muy responsable en su trabajo, en sus cuestiones cotidianas y buscaba transmitirnos eso. La división de los tiempos: ahora es tiempo de jugar y ahora es tiempo de prestarle atención a las obligaciones”.
Raúl también se mantiene cerca de sus sobrinos y sobrinas, de los/as Tellechea y los/as Toro. Incluso tuvo algunos ahijados de quienes estaba bastante pendiente. Susana se admira de la capacidad que Raúl tenía para estar atento, a pesar de todas las actividades que realizaba. “Él me acompañó mucho con mis hijos cuando estaban enfermos. Era muy humano y estaba presente en todo. No sé cómo se daba tiempo para todo”.
Nani recuerda que a Raúl no le gustaba vivir solo. Prefería la vida en familia. Para ella el temperamento, el carácter de Raúl, es lo que posibilitó algo que no es fácil: “estar juntos después de los 50 años, unir a sus cuatro hijos y mis dos hijas y lograr que todo fuera y estuviera en armonía, que todos estuviéramos bien”.
Rodrigo tenía 10 años cuando Raúl desapareció. Cuenta que mucho de lo que recuerda lo puede transmitir desde sus vivencias, y a otras las fue reconstruyendo a través del relato de los demás, la familia, sus hermanos y hermana, su mamá: “Era una persona muy responsable en su trabajo, en sus cuestiones cotidianas y buscaba transmitirnos eso. La división de los tiempos: ahora es tiempo de jugar y ahora es tiempo de prestarle atención a las obligaciones”.
Raúl también se mantiene cerca de sus sobrinos y sobrinas, de los/as Tellechea y los/as Toro. Incluso tuvo algunos ahijados de quienes estaba bastante pendiente. Susana se admira de la capacidad que Raúl tenía para estar atento, a pesar de todas las actividades que realizaba. “Él me acompañó mucho con mis hijos cuando estaban enfermos. Era muy humano y estaba presente en todo. No sé cómo se daba tiempo para todo”.
Nani recuerda que a Raúl no le gustaba vivir solo. Prefería la vida en familia. Para ella el temperamento, el carácter de Raúl, es lo que posibilitó algo que no es fácil: “estar juntos después de los 50 años, unir a sus cuatro hijos y mis dos hijas y lograr que todo fuera y estuviera en armonía, que todos estuviéramos bien”.Nani, sobre los momentos compartidos con Raúl.
Con la cara al viento
Raúl fue el arquero más recordado de su época de universidad, cuenta su amigo y ex concuñado Alberto Grasso que agrega que incluso en el Club San Martín se recuerda su actuación. El equipo de fútbol del Centro de Ingenieros de San Juan lo tuvo como guardameta en algunas Olimpiadas Nacionales y también la Asociación Mutual del Personal de la UNSJ lo contó como arquero de sus equipos más recordados.
El arco es su lugar preferido en la cancha y Boca es su club favorito. Su pasión por el azul y oro no queda ahí, ha trabajado arduamente para sumar a sobrinos y sobrinas al séquito Xeneize, a veces con éxito, otras sin mayores resultados.
Daniel Romito, compañero de facultad y amigo de Raúl desde fines de los años 60, compartió con él la militancia política universitaria en el MUR (Movimiento de Unidad Reformista) y hasta esa actividad se teñía con lo deportivo: “recuerdo que se avecinaba una elección, se estaba decidiendo a quién había que poner como candidato y uno de los referentes del grupo dijo: tenemos que conseguir alguien conocido, con carisma, que arrastre votantes y a mí se me ocurrió Raúl, que había tenido en ese momento una destacada actuación como arquero de la selección de Electromecánica dentro de las Olimpiadas Universitarias. Se había hecho un tipo muy famoso, yo lo notaba porque andábamos todo el día juntos y tenía mucho reconocimiento en todos lados, en los pasillos, en los lugares que estuviera. Lo propuse, fue candidato, se ganaron esas elecciones y él pasó a ser vicepresidente del Centro de Estudiantes”.
También fue un basquetbolista destacado en su grupo de amateurs pero su mayor pasión deportiva fue el ciclismo. Desde chico anhelaba pedalear intensamente, aunque recién a principios de la década de 1980, luego de que naciera su hijo Mauricio, pudo comprarse una buena bicicleta para empezar a entrenar y competir.
Durante años fue corredor Master Libre de Ciclismo de Ruta, Comisario Deportivo UCI (de la Unión Ciclista Internacional), Cronometrista en carreras internacionales, nacionales y provinciales; Delegado Regional de Mountain Bike y Secretario de la Federación Ciclista de San Juan. La Federación Sanjuanina y la Confederación Nacional conservan una grata imagen de Raúl Tellechea por su competencia técnica, dedicación y alto espíritu deportivo y solidario.
“Me imagino que Gonzalo sacó de su papá esta área” piensa en voz alta Adriana Toro. Y efectivamente, agrega Susana Toro, Gonzalo y Raúl comparten varias fotografías haciendo ciclismo.
Para sus cumpleaños “se hacía autoregalos” que tenían que ver con su pasión por la bici, cuenta Raúl Trujillo.
La bicicleta, el ciclismo, es en Raúl el punto en el que todas las pasiones se unen. Diseñó y aplicó programas informáticos para consignar tiempos, orden de llegada y diferencias en las competiciones ciclistas que ayudaron notablemente a la eficiencia a la hora de informar los resultados. La bici, más precisamente algo relacionado con las ruedas, fue el tema de la tesis con la que se recibió de Ingeniero Electromecánico.
Un ingeniero multifunción
Le encantan las matemáticas. Quienes lo conocen dicen que si Raúl hubiera tenido más recursos económicos hubiera salido de la provincia para estudiar la Licenciatura en Matemática o Ciencias Económicas.
Entre lo que podía elegir, optó por Ingeniería Ingeniería Electromecánica orientación Control, lo que hoy es Electrónica en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de San Juan. Su gran inteligencia le facilitó el cursado, sin embargo, tardó algunos años en recibirse porque siempre tuvo que trabajar mientras estudiaba: preparaba alumnos, enseñó inglés en ASJICANA y fue intérprete de la delegación norteamericana en el Mundial de Hockey de 1971, entre otras tantas ocupaciones.
En una época, junto a su compañero Daniel Romito abrieron el Instituto Sarmiento, ubicado en calle Mariano Moreno pasado Mendoza, donde preparaban a estudiantes que tenían que rendir materias en el nivel secundario.
Quienes conocieron a Raúl, lo asocian muy pronto a la computación.
“Después la computadora fue al Instituto Cervantes y ahí fue Raúl como profesor”, completa Luis, a lo que Veremundo Fernández suma: “a mi juicio el Cervantes le debe mucho a Raúl, no solo en un comienzo, en los primeros niveles, sino luego en el instituto superior del que él fue creador y director”. Según Alberto Grasso “el tema programación lo apasionaba y siempre se buscaba un nuevo desafío”.
Raúl trabajó en el Centro de Cómputos de la provincia y en el de la UNSJ, y asesoró a la obra social DAMSU en la compra de equipos informáticos. Además, en San Juan fue quien se encargó de enseñar a muchas personas el uso de la computadora, en la época en la que el ordenador personal recién comenzaba a extenderse. Dio clases en el cursillo de ingreso de Ingeniería, en la Escuela de Comercio, en La Bancaria y en Minería de la Nación.. En algún momento también trabajó como cajero en el Banco Alianza.
“Tenía un programa hecho para el triatlón universitario, para que apenas terminado, se pudieran entregar los certificados y los premios. En 2004 el triatlón no se hizo porque nadie lo podía reemplazar”, sumó Alberto Grasso.
Ahora y siempre
-¿Qué hace que recuerden y piensen en Raúl?
Luis Estévez: “En mi portón tengo algunos afiches… y bueno cada vez que lo cierro, o lo abro, que son varias veces al día, ahí tengo su rostro. Y sí, permanentemente me acuerdo. Ahora con este tema que ya estamos gracias a Dios con el juicio, sí, todos los días, todos los días pienso en Raúl”.
Daniel Romito: “Para mí no hay un hecho puntual; es un recuerdo muy frecuente, no es que haya un hecho desencadenante”
Natacha: “Yo permanente lo pienso”.
Alberto Grasso: “Yo todos los días, es raro el día que no me acuerdo de él, de lo que él decía”.
Magda: “…sus carcajadas”
Mariana: “La música que escucho. Frank Sinatra, por ejemplo, que escucho bastante; la bici; los dibujos de mi sobrina que dibuja muy bien, como mi papá. Y mucho me aparece con las situaciones de humor, de chiste”.
Rodrigo: “Yo creo que cuando tengo arranques de chistes o cuando conecto muy bien la palabra con la cabeza. Eso es muy de él. Cuando escucho Juan Luis Guerra lo recuerdo también”.Gonzalo: “Frank Sinatra, My Way, es un tema que lo pinta. Todo lo que es deportivo me lleva a él. Y un poco en el estilo de vida. No hace falta tanto para estar bien y contentos. No teníamos mucho económicamente hablando y así y todo nos reíamos con las cosas más simples. Casi no nos íbamos de vacaciones, casi no salíamos a comer. Era una vida sencilla pero muy feliz. Eso me hace ver la vida de una determinada forma, sobre todo cuando uno está queriendo más y más. Tenemos mil recuerdos de mi papá, los mejores, y sin tener cuestiones materiales de por medio. Mi papá terminó con una bicicleta, un auto viejo y alquilando un departamento. Era cero materialista. Siento que es el gran legado que nos ha dejado”.
El día más esperado
El próximo 12 de diciembre comenzará el juicio por la desaparición forzada de Raúl Tellechea. Para quienes están comprometidos y comprometidas con esta lucha, no será un día más. Llegaron al punto donde quisieron estar, cuentan. Por ello este año no se hará la emblemática marcha alrededor de la Plaza 25 de Mayo en reclamo de justicia. “La decisión de no hacer marcha este año fue difícil, pero es un voto de confianza a la justicia. El inicio del juicio marca un cambio porque es la primera vez en 18 años que decimos que vamos en la dirección correcta, que estamos encaminados”, dice Gonzalo.
Mariana agrega: “Va a ser todos los días lunes, mañana y tarde y se estima que durará, más o menos, 2 años porque hay más de 260 testigos”.
AGRADECIMIENTOS
Agradecemos a los hijos e hija de Raúl Tellechea, quienes nos recibieron, compartieron recuerdos en palabras y en fotografías para que pudiéramos conocer más de Raúl.
Gracias también a las amistades, a Nora Fager y Luis Estevez que abrieron las puertas de su casa para convocar a Veremundo Fernández, su esposa Magda Cullen, Raúl Trujillo, Natacha Arnáez, Daniel Romito y Alberto Grasso. El Raúl amigo, del estudio y la militancia fue posible por ellos y ellas.
Gracias a Beatriz Toro, quien nos recibió en su hogar, y a sus hermanas Susana, Adriana y María Eugenia. Gracias por el compromiso y la generosidad de cada testimonio.
Gracias a Nani Hobeika por sumarse también con su historia, por ayudarnos a completar el rompecabezas de la memoria.