Revista La U

“El libro nunca será reemplazado por nada”

Imagen generada con IA

Por Fabián Rojas

Es otra mañana en la rutina de un día cualquiera en una oficina. Cuando trabajadores y trabajadoras entran en pausa, conversan. “Ayer finalmente vi la ‘La Sociedad de la Nieve’», empieza una joven. “No la vi”, le responde su compañero. “Está basada en un libro. Es sobre los sobrevivientes de la tragedia de Los Andes”, le dice ella. “Qué bueno, la voy a buscar”, responde el joven, y agrega: “Todavía, por una cosa u otra, no he podido ver ‘El Eternauta’, y quiero verla antes de que la bajen de Netflix”. “Sí, está muy buena, ¿leíste alguna vez la historieta de Oesterheld?”, consulta ella. “No, nunca”, le contesta el muchacho. Palabras más, palabras menos, ese diálogo suele darse en diferentes ámbitos o foros de la vida cotidiana. Las plataformas audiovisuales exhiben varios títulos de libros para ser consumidos como películas o series. Y en muchas ocasiones quienes consumen se acercan por primera vez a la historia gracias a la plataforma de servicio de transmisión (streaming) por suscripción. ¿Se prefiere el audiovisual sobre el libro?

Sobre esto habla en esta entrevista con Revista la U la profesora Gabriela Simón, quien es directora del Instituto de Literatura “Ricardo Güiraldes” y docente en el Departamento de Letras, ambos, de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes de la UNSJ. “Hay que luchar contra el prejuicio de que la literatura es un ‘arte elevado’ y su migración a las artes audiovisuales, sobre todo de consumo masivo, sería una migración a un ‘arte menos elevado’”, sugiere la también la Dra. Simón.

Dra. Gabriela Simón

 – ¿Hay un auge de adaptación de obras literarias e historietas a series o películas de plataformas audiovisuales?

-En primer lugar, desde la semiótica tal como yo la abordo, no hay posibilidad de hablar de “adaptación”, o de otras nociones que se usan para dar nombre a esa operación, me refiero a palabras como «transposición» o «traducción». Desde cierta Crítica de Arte esas “Teorías de la adaptación” también son discutidas hace ya tiempo. Justamente porque esas teorías suponen muchas veces que todo se reduce a un cambio superficial, algo así como llevar la literatura al cine o a una serie sin tener en cuenta las diferentes materialidades.

– ¿A qué refiere con esas materialidades?

– Cada práctica artística tiene su especificidad, sus materialidades, sus modos de existencia. La novela Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, que fue publicada en 1967, no es la serie de Netflix Cien años de soledad, estrenada en 2024. 

 – ¿De adaptación tampoco se puede hablar?

– Como poder se puede, nadie lo prohíbe. Lo que pienso es que erradamente se considera rápidamente que se trata de una adaptación y hasta podemos ver una película o una serie y asumir que eso que estamos mirando ahí es la novela llevada a imágenes, sonido, etc. Pues, considero que no es así. Pero como no pocas veces se entiende así, es que aparecen los juicios de valores, moralistas casi siempre: “leer es bueno, ver la serie o el film es malo”. Dicho de otra manera, hay que luchar contra el prejuicio de que la literatura es un “arte elevado” y su migración (otra palabra que se usa en lugar de adaptación) a las artes audiovisuales, sobre todo de consumo masivo, sería una migración a un “arte menos elevado”. Otros prejuicios que aparecen: el film o la serie “traicionan” la novela, la “deforman”.

 -Entonces, ¿se puede decir que hay un producto para cada necesidad?

-Cada género discursivo, cada género artístico, convoca un tipo de lector y un tipo de espectador: uno quiere leer una novela, otro quiere ver una serie, otro, un film (serie y film: no se trata del mismo género). Cada lector o espectador decide en cada momento. Pero no se trata de “lo mismo”. La novela Pedro Páramo de Juan Rulfo es inimaginable sin su circuito de transmisión y circulación: libro-papel materialidad en la que nació, el lugar de la novela latinoamericana en ese momento y la práctica de escritura que inventó Rulfo en una búsqueda de los procedimientos literarios, de la forma de narrar, inédita te diría. Ningún estereotipo. Rulfo convoca siempre a un lector activo que rearme la historia en la medida de que iba-va leyendo, construcciones de un tiempo y espacio trastocados, etc. Luego pongamos por caso una serie como Cien años de soledad, circula en una plataforma como Netflix, las imágenes explotan en estereotipos de eso que se llamó “real maravilloso”, de eso que se consideró, y cuyo estereotipo perdura parece, “realismo mágico latinoamericano”. Considero que no deja de ser una serie convencional para un nicho definido: un espectador de series de Netflix. Pero eso es una elección, una percepción y un análisis personal, no es un dictamen sobre la serie.

 -De todas maneras, ¿usted detecta una cuestión de moda en esa migración de las obras literarias a las plataformas?

– No creo que pueda responderlo tan rápidamente. Creo que en los libros siempre encontramos buenas historias en las que pueden “basarse” series o películas (la historia del cine así lo muestra), pero de ninguna manera se trata de una “adaptación”. No se desprenderían o no debieran desprenderse de estas producciones audiovisuales juicios tales como “la novela es mejor que la serie”, “qué mala adaptación”, “qué buena”. Digo, juicios pueden desprenderse todos los que aparezcan, pero si lo que importa es analizar desde los estudios semióticos, por ejemplo, vale la pena preguntarse otras cosas: ¿hay algo de esa historia que se crea otra vez, que resuena aún hoy?, ¿por qué es interesante para los productores, guionistas, etc., crear ese Macondo en Netflix? ¿Cuáles son las operaciones técnicas y semióticas que realiza la creación audiovisual? Quien leyó la novela, leyó la novela. Quien vio la serie, vio la serie; no son producciones ni consumos intercambiables. No se trata de una jerarquización, se trata de modos de intervenir. Dicho todo esto, yo prefiero o leer la novela de Rulfo o ver una peli de Wim Wenders, pongamos. Y acá quiero nombrar al Dr. Hernán Ulm de la Universidad Nacional de las Artes que estuvo dictando acá hace poco un seminario de posgrado impresionante. Hernán Ulm nos recordaba, con Deleuze, que al capitalismo le interesa despotenciar la capacidad emancipatoria del arte, y para eso tiene sus instituciones que se encargan de despotenciar esa potencia y lo hace por efectos conservadores. A lo que agrego yo: quizá nos debamos dar una tarea al interior de las ciencias humanas y las artes, tendremos que seguir pensando cuál es la posibilidad de esa capacidad emancipatoria de la literatura (y de qué literatura) y cuál la de las diversas artes audiovisuales en este nuestro capitalismo, en este nuestro presente.

 – ¿Los libros están siendo reemplazados por las series audiovisuales y las películas?

– El libro está siendo reemplazado en/por algunas prácticas sociales, pero sin embargo esta cuestión no es generalizable. Dicho de otro modo:  afirmo lo anterior siempre y cuando digamos inmediatamente que no es correcto el verbo “reemplazar” acá. El libro nunca será reemplazado por nada. Las prácticas culturales se transforman, algunas se terminan o decrecen, aparecen otras nuevas, más o menos masivas, otras, reaparecen.

-Pero tampoco se puede obviar este mundo cuyo máximo demiurgo es la imagen…

– No podemos obviar un contexto que es complejo del cual nombro algunos rasgos: el imperio de las imágenes y de la inmediatez, la presencia de los soportes digitales, la existencia de la IA, que entre otras cosas, “te resume” un libro, una novela, un cuento, un ensayo, el problema de la “atención” que está siendo estudiado como un síntoma de nuestro tiempo (tik tok, reel, exposiciones muy breves, “nadie te escucha”, etc. etc.), el tiempo que una persona puede o quiere dedicarle a la lectura después de horas de trabajo alienador. Los consumos culturales son diversos y plurales. No estoy de acuerdo con caer en ese lugar común “los chicos (los jóvenes) ya no leen”. En todo caso si tenemos datos que convalidan esta afirmación, entonces hay que preguntarse qué hace el Estado, qué hacemos los adultos, qué hacen las escuelas, las universidades, los medios de comunicación, etc. y qué podemos hacer más allá de plantarnos en una queja negadora. Con esa queja “nos dejamos afuera” del problema y ningún presente deja afuera a nadie. Esa forma de entender la lectura es sintomática, pero ojo: diagnostica el presente y por lo tanto “nos” diagnostica.

– Es que, en todo caso, es un problema de todo el cuerpo social…

– El problema nos pertenece aun cuando lo desconozcamos, atraviesa generaciones, edades, clases, etcétera. Frente a estos anuncios catastróficos del capitalismo, que para algunos casos se disfraza de conservador horrorizado por lo nuevo, yo siempre pongo en el centro los versos de Luis Alberto Spinetta: “Aunque me fuercen, nunca yo voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor. Mañana es mejor”.

 

 

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