Revista La U

¿De “virgos” a asesinos?

Escribe Belén Ferrer

La tensión constante de la serie “Adolescencia” casi que no deja percibir el increíble plano secuencia que abarca completamente cada capítulo. Y cuando lo notamos contrasta con la infinidad de cortes en videos de segundos a los que estamos acostumbrados a consumir día a día en las redes sociales.  

En este mes consumimos hasta el cansancio contenido sobre esta producción de Netflix.  

En las redes, en las aulas, en la mesa familiar y en el trabajo hablamos sobre este nuevo problema entre los jóvenes: los privilegio de ser hombre fueron arrebatados por los feminismos, de ahí el resentimiento a las mujeres que ahora pueden elegir con quien relacionarse.  

Como nos repitieron intensamente en las clases de la Lic. en Comunicación, las plataformas digitales no son neutrales, la indignación compra y retiene a consumidores, sobre todo a los cargados de odio que buscan validación.  

El producto digital se basa en sensaciones que identifican a esos grupos y transforma esas sensaciones en información fácil de digerir. Mediante el algoritmo están cada vez más expuestos a contenido que reafirma su propia posición y no contrasta con otras, y así forman su propia comunidad que los valida. 

Hoy cada adolescente puede ser víctima y victimario de un código digital sumamente cruel. El bullying y los mandatos sociales tradicionales no sólo se presentan en los ámbitos presenciales, sino que también los acompañan en la soledad de sus habitaciones. No hay respiro. 

En la serie, por otro lado, sorprende la diferencia entre la impecable organización del sistema judicial y policial con la ineficiencia del sistema educativo y la enajenación de las figuras paternas frente a los problemas de sus hijos. ¿La respuesta al problema es la baja de la edad de imputabilidad, la desfinanciación de la educación, de la salud mental y el individualismo? 

Florencia Wortman, Lic. en Ciencias de la Educación de la UNSJ, reflexionó con nosotros sobre el quehacer de los tutores y las responsabilidades que tienen como padres, como cuidadores y educadores. 

En la serie, una de las escenas que rompe el corazón sucede cuando los padres del protagonista se preguntan qué hicieron mal. El hombre se cuestiona por qué no fue suficiente su esfuerzo de mejorar la crianza de su hijo frente a la que recibió de sus propios padres. 

Evidentemente ese rol de cuidado tiene que ser reaprendido porque va más allá de los cuidados básicos como el alimento, techo, educación, salud y contención. Ahora se agrega tener que brindar herramientas para vivir en sociedad, para que tengan una visión lo más completa posible de ella y de su complejidad. Todo esto en las pocas horas libres que les quedan después del trabajo. 

Mientras, en la escuela pasa lo mismo, explica Wortman: “Los docentes tienen horas sueltas en varias instituciones para llegar a un sueldo mínimamente digno. Y esto tiene sus consecuencias, no hay suficiente contacto cotidiano para percibir los problemas, generar confianza para acompañar, dialogar y destrabar conflictos”. 

“A mí el interrogante central que me deja la serie es la pregunta por la posibilidad de comprender a otro, salir de mis propias formas de vivir, de entender y además de ver el panorama completo”, dice la Licenciada. ¿Estamos dispuestos a hacer ese esfuerzo como comunidad? 

Por otro lado, emerge la cuestión del mundo virtual. “Los y las adolescentes son nativos en ese mundo, a diferencia de nosotros que aprendimos a habitarlo como extranjeros. Así confiamos en que ellos lo van a manejar correctamente y dejamos a ellos esa responsabilidad”, describe Wortman. O, por el contrario, la prohibimos irrestrictamente.  

Por otro lado, la entrevistada indicó que muchas veces la sociedad minimizó la violencia en las redes: “‘No es tan grave, son bromas, son cosas de niños’. También se decía ‘a mi me hicieron bullying y tan mal no me fue’. Hasta hay gente que piensa que esos abusos nos hicieron madurar y ser más fuertes. Pero cuándo la situación se va de las manos, ¿qué hacemos con esos comportamientos? Los señalamos, los denunciamos, los tipificamos y les ponemos nombres, pero al mismo tiempo los aceptamos y los reproducimos en el mundo adulto”. 

Ya no hay lugares seguros. 

Escuchando a la periodista Fio Sargenti hablar de la serie, ella introduce el concepto “Silbato de perro”, un término que se usa en política y hace referencia al lenguaje en código de doble sentido que usan para conseguir el apoyo de un público más amplio en su candidatura atrayendo a la audiencia política deseada sin provocar la ira de audiencias opuestas. 

Este tipo de discurso “encriptado” en forma de emojis que vemos en la serie, supone una táctica para no evidenciar el bullying digital y un movimiento social muy peligroso. Esto es una estrategia para “no decir” y para no sufrir la censura de la plataforma, ni generar la alarma de los padres. 

Aunque estos códigos simplificaron la forma operativa de comunicarse para el común de las personas, sus significados se fueron complejizando y también se alimentaron de ideologías supremacistas. 

Este código sumamente cruel no es conocido por los adultos/as, y quizás no es necesario que lo conozcan en profundidad. Lo que sí señala Wortman es que lo importante como educadores es fomentar el pensamiento crítico de las y los adolescentes, para que ellos sean quienes puedan discernir conscientemente.  Y que también como ciudadanos y ciudadanas podamos brindarles el acceso a políticas públicas de calidad, que los contengan y cuiden. 

(*) Proverbio africano

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