Revista La U

Éxodo de la profesión docente

Imagen generada con IA

Por Leonardo Segura (*)

Durante mucho tiempo, ser docente era una aspiración socialmente reconocida. Enseñar y formar parte de una institución educativa se consideraba no solo una oportunidad laboral, sino también una vocación que otorgaba prestigio, estabilidad y sentido de trascendencia en una comunidad. Hoy, sin embargo, la realidad es muy distinta: la docencia dejó de ser una de las opciones más elegidas por quienes ingresan al mundo de los estudios superiores y, lo que resulta aún más alarmante, muchos de los que ya ejercen están abandonando la profesión.
Este doble fenómeno —la crisis de nuevas vocaciones y el éxodo de profesionales hacia otras actividades, rubros u oficios— profundiza una crisis que ya no se puede ignorar. No se trata únicamente de una cuestión de números o estadísticas o casos aislados por razones particulares; se trata de una transformación cultural.
Es además reconocido socialmente que en algún momento, la idea de que la educación era una fortaleza y un legado, se quebró, y con esa desacralización, comenzó a resquebrajarse también el sentido colectivo que sostenía a la escuela, a las universidades y a los institutos, como espacios centrales en el desarrollo de las comunidades.
Las consecuencias de este éxodo o fuga de talento docente son visibles. Por ejemplo en la Universidad Nacional de San Juan, comienzan a presentarse renuncias de docentes con trayectoria y conocimientos extremadamente valiosos.
A estos hechos se le suma la escasez de docentes formados para cubrir la demanda institucional. Con cada renuncia, se pierde experiencia acumulada durante años de trabajo, conocimientos y avances en investigaciones que aportan a la sociedad soluciones concretas a problemas reales. Por ende, lo que está en juego no es solo la continuidad de un puesto, sino el legado de investigación y creación de saberes a una sociedad que así lo necesita.
¿Por qué se habla de un éxodo profesional docente y cuáles son sus consecuencias? Las respuestas no son lineales, pero confluyen en ciertos factores comunes. El exceso de trabajo y el estrés se combinan con condiciones salariales precarizadas, sumado a las expectativas, muchas veces desmedidas sobre lo que un docente “debe lograr” y la creciente presión de las familias en los establecimientos escolares. El resultado es un escenario de desgaste que no invita a permanecer, dado el estado de supervivencia que se vive constantemente.
No obstante, la raíz del problema trasciende lo estrictamente laboral. Estamos frente a una crisis de sentido. Un modelo de Estado, político económico, que desvaloriza a sus docentes está, de alguna manera, desvalorizando la propia educación como proyecto colectivo. Y si la construcción de saberes pierde centralidad, se erosiona también el pacto cultural que sostiene a cualquier comunidad. La pregunta que resuena es alarmante: ¿qué sucede cuando una sociedad pierde a quienes forman a sus futuros ciudadanos?
El éxodo docente no es solo un problema del sistema educativo; es un síntoma de un deterioro más profundo que interpela a todos.

El desafío es urgente. Lo que se necesita es un cambio de políticas educativas y económicas, que devuelvan a la docencia el valor que merece, que recupere su valor profesional y se presente a las nuevas generaciones como un camino de resguardo del acervo cultural comunitario.
Sostener y defender la profesión docente no es un gesto sectorial; es un acto de responsabilidad colectiva. Porque en definitiva, cuidar a los docentes es cuidar los saberes de una sociedad entera.

(*) Leonardo Segura es Profesor de Economía y Magíster en Dirección de Instituciones Educativas.

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