Revista La U

Un pensamiento con sus propias coordenadas

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Por Maximiliano Martínez (*)

El Día del Pensamiento Nacional constituye una efeméride de singular relevancia en el marco de la cultura intelectual argentina, aun cuando no siempre recibe la atención que su importancia amerita. Reflexionar sobre el “pensamiento nacional” exige, en primera instancia, delimitar el alcance de esta categoría. En Argentina dicha noción designa un conjunto de corrientes, debates y producciones teóricas que, desde las primeras décadas y hasta mediados del siglo XX, se orientaron a interpretar críticamente la realidad argentina desde sus propias coordenadas históricas, sociales, económicas y culturales.

Mientras los marcos conceptuales predominantes en el mundo contemporáneo tienen raigambres europeas —herederas de tradiciones que se remontan a Egipto, Grecia y Roma, y que encuentran continuidad en la modernidad europea, su expansión global y los procesos de mundialización posteriores—, cada nación ha generado también sus propios dispositivos de pensamiento. Así, múltiples autores han procurado comprender las dinámicas que atraviesan a sus sociedades desde perspectivas situadas. En el caso argentino, este esfuerzo se cristalizó en figuras como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Homero Manzi, Juan José Hernández Arregui, José María Rosa, entre otros.

La elección del 13 de noviembre para esta conmemoración atiende al nacimiento de Jauretche, en 1901, considerado uno de los pilares de esta tradición. Sin embargo, su obra debe inscribirse en un entramado colectivo de producción intelectual.

Jauretche y los orígenes de una tradición

Nacido en Lincoln durante la segunda presidencia de Julio A. Roca, Jauretche arribó a la Universidad de Buenos Aires en un contexto signado por transformaciones políticas, sociales y culturales de magnitud. Allí, bajo la influencia de Homero Manzi —entonces profesor de literatura y más tarde referente ineludible del tango y la poesía popular—, comenzó a desarrollar una mirada crítica sobre la realidad nacional.

Dos acontecimientos históricos fueron determinantes en la configuración de su pensamiento:

  • La Revolución Mexicana (1910), entendida como un paradigma de insurgencia nacional y social latinoamericana.
  • La Reforma Universitaria de 1918, que democratizó la vida académica y postuló una universidad autónoma, científica y comprometida con su tiempo.

A ello se sumó la interpelación generada por el ascenso y el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen, que marcaron profundamente a su generación.

La ruptura del orden constitucional en 1930 lo encontró en Mendoza, donde estrechó vínculos con otros jóvenes intelectuales y profundizó su reflexión acerca de las limitaciones del sistema político y del impacto de la “década infame”. Ese clima de época dio origen a una experiencia decisiva.

FORJA: el núcleo orgánico del pensamiento nacional

FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) representó el primer espacio orgánico desde el cual se elaboró una perspectiva sistemática de pensamiento nacional. Entre sus integrantes se destacaron:

  • Arturo Jauretche
  • Homero Manzi
  • Gabriel del Mazo
  • Raúl Scalabrini Ortiz —considerado por muchos el más sólido teóricamente—

FORJA propuso una posición original: cuestionó tanto al liberalismo conservador como a las izquierdas europeizadas, por considerarlas ajenas a las demandas históricas del país. Su labor recuperó una línea nacional que enlazaba a San Martín con Rosas, de Rosas a Yrigoyen, y de Yrigoyen a Perón.

Si bien el primer peronismo institucionalizó gran parte de sus postulados, estos intelectuales mantuvieron siempre una actitud analítica y crítica, orientada por la fidelidad a la realidad nacional más que por una identificación partidaria.

Producción teórica y proyección histórica

Los aportes del pensamiento nacional abarcan múltiples campos:

  • Arturo Jauretche, con obras como Manual de zonceras argentinas y El medio pelo, desarticuló prejuicios y discursos hegemónicos mediante un lenguaje pedagógico y accesible.
  • Raúl Scalabrini Ortiz analizó con rigor los mecanismos del colonialismo económico, especialmente en torno al sistema ferroviario y la dependencia estructural.
  • Homero Manzi plasmó en su producción poética y musical la sensibilidad cultural y social de los sectores populares.
  • Hernández Arregui y José María Rosa extendieron la tradición hacia la historiografía, la cultura política y el análisis de las clases sociales.

Paradójicamente, la academia argentina —fuertemente influida por corrientes teóricas europeas— ha tendido a relegar esta producción, minimizando su densidad conceptual e ignorando su originalidad metodológica. Esta resistencia puede interpretarse como expresión de tensiones más amplias vinculadas al poder cultural, a la hegemonía epistemológica y a la disputa por los proyectos de país.

No obstante, la vigencia de esta tradición es indiscutible. Sus categorías permiten comprender procesos contemporáneos, interpelar discursos dominantes y problematizar la construcción de la identidad colectiva.

Una invitación a pensar la nación desde la nación

Leer a Jauretche hoy —y completar con nuestras propias experiencias esas “páginas en blanco” a las que él convocaba— no es simplemente un acto de memoria intelectual: es un ejercicio urgente en un país que, una y otra vez, se encuentra ante encrucijadas semejantes. El pensamiento nacional no es un repertorio de frases célebres ni un archivo de autores consagrados; es una metodología para pensar desde la experiencia real de la Argentina, desde sus estructuras sociales, sus tensiones históricas y sus aspiraciones colectivas.

En la actualidad, los dilemas que atraviesa la sociedad argentina guardan paralelismos llamativos con aquellos que Jauretche y sus contemporáneos supieron diagnosticar con notable lucidez. La persistencia de discursos que exaltan modelos económicos ajenos, la fascinación por soluciones “importadas” y el desprecio por las producciones culturales y científicas propias reeditan, en clave contemporánea, lo que Jauretche denominaba «zonceras»: dispositivos de sentido que colonizan la subjetividad, inhiben la autonomía del pensamiento y legitiman formas de dependencia económica y simbólica.

El presente argentino, marcado por la desigualdad estructural, la volatilidad económica, la crisis de representación política y una profunda disputa por el sentido común, invita —y exige— retomar las herramientas críticas del pensamiento nacional. Si en la década de 1930 FORJA denunciaba los mecanismos de subordinación al capital extranjero y la captura de la economía por intereses no nacionales, hoy asistimos a fenómenos análogos: concentración económica creciente, endeudamiento externo cíclico, desindustrialización intermitente y una matriz productiva que, pese a los cambios, reproduce lógicas de dependencia.

Del mismo modo, la apelación constante a “soluciones técnicas” supuestamente neutrales recuerda la crítica jauretcheana a la razón ilustrada descontextualizada: esa tendencia a convertir modelos económico-políticos foráneos en recetas universales, desentendiéndose de las particularidades históricas, territoriales y sociales del país. El pensamiento nacional, en contraste, propone una epistemología situada, que no renuncia al diálogo con las tradiciones globales, pero que parte de una premisa fundamental: no hay posibilidad de transformación sin comprensión cabal de la propia realidad.

En este sentido, reivindicar el pensamiento nacional en el presente no implica nostalgia ni repliegue identitario. Por el contrario, supone asumir un compromiso activo con la construcción de diagnósticos rigurosos y proyectos colectivos viables. Implica, también, recuperar una tradición crítica que no teme confrontar con las matrices de poder que configuran el sentido común contemporáneo, ya sea en el plano económico, cultural o político.

En este Día del Pensamiento Nacional, volver a Jauretche, a Scalabrini Ortiz, a Hernández Arregui, no significa refugiarse en el pasado, sino hallar categorías que iluminan el presente. Cada época tiene sus “zonceras”, sus dispositivos de dominación, sus espejismos modernizadores y sus mitologías del progreso. Y, por lo mismo, cada generación tiene la responsabilidad de revisarlas críticamente, desarmarlas y producir nuevas interpretaciones.

Pensar la nación desde la nación —con sus contradicciones, sus potencias y sus heridas— es, hoy más que nunca, un acto de soberanía intelectual. Y, en un país en el que la disputa por el sentido común desde la crítica y la reflexión metódica es también una disputa por el modelo de sociedad, constituye un gesto profundamente transformador.

(*) Maximiliano Martínez es profesor, licenciado y magister en Historia. Es docente en la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes de la UNSJ.

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