A Alfredo Terzaga, en el 100º aniversario de su nacimiento
El contexto define las circunstancias que rodean una situación, sin las cuales no se puede comprender correctamente. Aquí, una reflexión sobre las circunstancias que rodearon la internacionalización de la educación superior, proceso que, en el actual contexto –entiende el autor-, se debe revisar.
Por Elio Noé Salcedo*
En 1995, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) lanzó el primer Documento de política para el cambio y el desarrollo en la educación superior basado en el paradigma de la “internacionalización”. Ese documento sería considerado por uno de los autores del libro de la CRES 2018 (1), como “brújula intelectual” en el proceso de preparación de la Conferencia Mundial sobre Educación Superior llevada a cabo en París en octubre de 1998. En el medio de esos dos sucesos, se realizó en Cuba (1996) la primera Conferencia Regional de Educación Superior de América Latina y el Caribe -organizada por UNESCO-, que avaló en general la orientación dada por el organismo internacional.
El citado documento de 1995 planteaba así la cuestión: “La internacionalización cada vez mayor de la educación superior es en primer lugar, y ante todo, el reflejo del carácter mundial del aprendizaje y la investigación”. Ese carácter mundial se va fortaleciendo gracias a los procesos actuales de integración económica y política, por la necesidad cada vez mayor de comprensión intercultural y por la naturaleza mundial de las comunicaciones modernas, los mercados de consumidores actuales, etc. El incremento permanente del número de estudiantes, profesores e investigadores que estudian, dan cursos, investigan, viven y comunican en un marco internacional es buena muestra de esta nueva situación general a todas luces benéfica” (2).
Sin reparar en la falacia del “carácter mundial del aprendizaje y la investigación”, “fortalecido” sí por los “procesos económicos” de la época –para nada benéficos-, y no por “la necesidad de comprensión intercultural” sino por influjo del “pensamiento único”, en 1998, la Declaración mundial sobre la educación superior para el siglo XXI (generada por la UNESCO en París) “destacó la internacionalización de la educación superior como un componente clave de su pertinencia en la sociedad actual, subrayando que se requiere a la vez, más internacionalización y más contextualización” (3).
Sería conveniente entonces analizar estos documentos, a la luz de la contextualización solicitada, pues es evidente que hoy –en la segunda década del siglo XXI- estamos ante un contexto diferente a nivel global que aquel de la década del 90.
El contexto global de la década del 90
En efecto, si hacemos un poco de memoria –no siempre estimulada apropiadamente-, aquel documento de la UNESCO surgía apenas seis años después de la caída del Muro de Berlín en 1989, hito histórico que puso fin a un mundo bipolar (en realidad tripolar, con un Tercer Mundo emergente, aunque siempre en un segundo lugar para las potencias dominantes). Dicho acontecimiento dio por concluida la Guerra Fría (política, ideológica, económica, militar y cultural) entre las grandes potencias de signo contrario, ganadoras del conflicto armado inter imperialista de 1939-1945, que durante la guerra habían sido aliadas entre sí con Gran Bretaña, Francia y otros países europeos y no europeos contra Alemania, Italia y Japón. De esas circunstancias, por desaparición de su contrincante y debilidad del Tercer Mundo, Estados Unidos de Norteamérica emergió como la potencia hegemónica a nivel global, con derecho a reinar en forma unilateral y asimétrica, imponiendo en todo el globo –y de modo particular en las casas de estudio de todo el planeta- el pensamiento único. En ese contexto nació y se impuso el paradigma de la “internacionalización de la educación superior”.
Dicho contexto marcó todos los procesos y acontecimientos de la época e impuso su sello a los organismos internacionales (entre ellos los de Naciones Unidas como la UNESCO, el FMI, la OMC, etc.), liderados obviamente por la potencia triunfante, marcándole el rumbo a la globalización operante, más allá de los adelantos tecnológicos de la época que, por supuesto, le imprimieron ritmo y profundidad a la nueva colonización (disfrazada de “modernización” e incluso de “democratización”).
Un Nuevo Orden Mundial
Hoy estamos a las puertas de un Nuevo Orden Mundial, y ese proceso de globalización unilateral y asimétrica está llegando a su fin. Al menos podemos darnos cuenta de dónde hemos estado y estamos parados. De hecho -como dice un experimentado analista internacional-, el viejo orden mundial “parece estar condenado por la emergencia de actores globales –China, Rusia, Irán, India- que no lo soportan” (4).
No obstante, no será fácil su construcción y requerirá revisar exhaustivamente las consecuencias del viejo orden en nuestra educación. Ello implica adoptar nuevas posturas, desarrollar nuevos proyectos y crear nuevos paradigmas que tengan en cuenta la globalización que se viene, en la que no puede dejar de estar inserta América Latina y el Caribe, pero no como furgón de cola o apéndice de Europa, EE.UU o alguna otra gran potencia o nación extranjera, sino como expresión y representación genuina y soberana de nosotros mismos.
Por ello resulta necesario volver sobre nuestros propios pasos, sobre nuestras propias raíces y nuestros propios procesos de integración dejados de lado, para retomar la culminación de nuestra Patria Grande a partir de lo hecho a principios del siglo XXI con la revitalización del MERCOSUR, la creación de UNASUR, CELAC y las iniciativas financieras, de energía, hidrovías, ferroviarias, militares, etc.; aunque esta vez no puede estar ausente -en el marco de la descolonización pedagógica y epistemológica-, el proyecto de regionalización de la Educación Superior de América Latina y el Caribe, que implica la latinoamericanización de los contenidos de la enseñanza y la creación de la Universidad Latinoamericana, proyecto caro a la generación reformista, aún no concretado.
La vuelta personalizante hacia nosotros mismos a nivel educativo será la fuente de inspiración y garantía de un proceso de integración política, económica y cultural que concluya la tarea iniciada por nuestros Libertadores y dé futuro propio, y no a expensas de nadie, a los investigadores, docentes, egresados y estudiantes de nuestra América.
Tarde o temprano advendrá una era global de universalización, la que deberemos estar en condiciones de transitar en igualdad de condiciones con las demás naciones y bloques de naciones, única manera de garantizar nuestro futuro y bienestar.
* Diplomado en historia Argentina y Latinoamericana.
(1) Carlos Tümmermann Bernheim (2018). Capítulo I. La internacionalización de la educación superior. Significado, relevancia y evolución histórica (Educación_superior_internacionalización.pdf).
(2) Ídem.
(3) Ídem.
(4) Enrique Lacolla. Perspectivas. El sitio de Enrique Lacolla http://www.enriquelacolla.com/sitio/notas.php?id=635
Imagen: Fuente Universia